Chile es un paseo de compras y una serie de alternativas deslumbrantes

Rafting cerca de Santiago de Chile y boleros en Valparaíso, para quienes creían que el país trasandino ya nada nuevo podría brindar.

Acorralado por las montañas y el mar, Chile crece verticalmente. Miradores panorámicos y nuevas propuestas turísticas en Santiago y Valparaíso. (Foto: Diario PERFIL) [ Ver fotogalería ]

Por Claudio Gomez (*)

 

Chile es un paseo de compras y también una tarde de rafting en el Cajón del Maipo; se impone de igual modo con un celular a mitad de precio y con un hotel boutique encantador en el centro de Santiago. Es a la vez recorrer shoppings para conseguir una prenda barata, comer pescados exquisitos y deslumbrarse con los murales de la encantadora Valparaíso. Es tanto acercarse al poeta Pablo Neruda en alguna de sus tres casas museo como clavarse frente a las vidrieras con la calculadora en la mano.

O internarse en un viñedo para entregarse a la magia del vino luego de observar la ciudad desde el mirador más alto de América Latina y haberse comprado un par de zapatillas de saldo. Chile es un tipo de cambio favorable, pero sobre todo un destino que ofrece alternativas deslumbrantes en Santiago. Hay un edificio en el barrio Lastarria que es histórico por varios motivos. Lo inauguraron en 1928 y es una de las tantas obras de Luciano Kulczewski, un arquitecto al que consideran el Gaudí chileno.

La construcción de siete pisos fue en su momento la más alta de la capital chilena y pionera en ofrecer caldera de vapor. Pero lo más encantador es el ascensor: fabricado en Suiza, tiene las puertas de reja y fue el primero que funcionó en Santiago. Este edificio estuvo abandonado por muchos años, hasta que fue reciclado. Desde hace un año se reinauguró como Luciano K, un precioso hotel boutique que exhibe los pisos originales con baldosas coloridas. Y el ascensor, desde luego, que funciona con todas sus piezas originales. A cuarenta kilómetros del barrio Lastarria está el Cajón del Maipo. Se trata de un cañón por donde corre el río Maipo, encajonado entre cerros.

En Santiago lo definen como un “lugar de escape”. Se entiende: está a una hora de la ciudad pero parece de otro mundo. Hay bosques, sierras, agua, termas y todo lo que el visitante más exigente le podría reclamar a la naturaleza. Es un lugar ideal para hacer ecoturismo, o practicar trekking, cabalgatas o ciclismo de montaña. De todos modos, la actividad que ofrece mayor adrenalina es el rafting. La experiencia consiste en un descenso de doce kilómetros por el río Maipo en un bote inflable impulsado por la corriente y conducido por los remos diestros del guía. Durante una hora todo se traduce en saltos, vértigo, tropiezos con las rocas y agua, mucha agua. Tanta agua que no alcanza ni la vestimenta que entregan donde arranca la travesía.

Los aventureros cierran la experiencia de dos maneras inevitables: sonrientes y mojados. Un baño tibio después del rafting renueva el espíritu. Queda un recorrido por Santiago, por supuesto. Están los inevitables: la Casa de la Moneda, la Plaza Constitución, la Municipalidad de Santiago y la Catedral. Son edificios emblemáticos e históricos que se mezclan con otros que quedaron deteriorados en algunos de los terremotos que agrietaron la ciudad. Y están también las atracciones nuevas, de este siglo y con forma de edificio. Ocurre que Santiago está encerrada por montañas, lo que hace imposible que se expanda de manera horizontal.

La única alternativa de crecimiento es para arriba. Eso es lo que hicieron en los últimos años: construyeron en alto. Así sucedió en el barrio Providencia, por ejemplo, donde asoma el edificio Costanera Center. Es una torre de 62 pisos que se detecta desde cualquier rincón de la ciudad. Los seis primeros niveles son un paseo de compras; los dos últimos, a trescientos metros de altura, el mirador más alto de América Latina. en Valparaíso. Ciento diez kilómetros separan Santiago de Chile de Valparaíso. Vale la pena invertir una hora y media para hacer el viaje.

Valparaíso deslumbra. Es una ciudad portuaria con una gran feria callejera, sitios para comer pescado mientras un dúo de músicos canta boleros y un centro donde se concentra la actividad comercial. Pero, sobre todo, Valparaíso son esas casitas coloridas que cuelgan de los cerros. Se dispersan de manera anárquica, rodeadas por esas calles que no respetan la horizontalidad ni la simetría. No hay construcciones ostentosas ni casas desvencijadas. Todo se uniforma en la sencillez y en la explosión de colores.

Para sumar arte, en los frentes de las casas de Valparaíso hay cientos de murales pintados, de todos los gustos y estilos: abstractos, realistas, oníricos, contestatarios. La ciudad funciona como un museo a cielo abierto. Recorrer esas callejuelas irregulares y coloridas provoca un estímulo en todos los sentidos. La última escala antes de despedirse de Valparaíso es La Sebastiana, la casa donde vivió Pablo Neruda. Funciona como museo, y está conservada como cuando era la vivienda de fin de semana del poeta, para algunos su preferida, por sobre la de Santiago y la de Isla Negra, la más visitada.

 

(*) Desde Santiago de Chile para Diario PERFIL

 

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