DESTINO: TAILANDIA
36 horas en el Triángulo de Oro, entre tesoros y comidas exóticas
Al norte de Tailandia, en el Alto Mekong, los cultivos de amapola dieron paso a los de arroz. Así, disminuyó el desempleo y ganó el turismo: tesoros legendarios, comidas exóticas y una cultura pacifista.
Larvas de avispas ahumadas, garras de dragón, monos y elefantes sueltos, bosques de templos y Budas legendarios son el plato fuerte del punto de encuentro de tres países, al norte del río Mekong. (Fotos: Diario PERFIL) [ Ver fotogalería ]
Por Donald Frazier (*)
Descendiendo desde China en grandiosos y elegantes arcos, el Alto Mekong se despliega en un tranquilo espejo adormecedor. Sólo las ruinas de las murallas del sur delatan el patrimonio de la región, un choque de imperios bañado en sangre disputado durante siglos por los ejércitos tailandés, birmano, laosiano, y jemer.
Actualmente, la selva y las tierras de cultivo casi se han tragado por completo esas fortalezas y ciudades reales. El antes lejano Triángulo de Oro, en el extremo norte de Tailandia, actualmente es un paraíso para la contemplación pacífica en decenas de templos y santuarios, desde palacios dorados hasta cuevas secretas, donde se puede meditar al ritmo del sonido del agua que gotea sobre la piedra caliza o con el parloteo de los monos de fondo.
Un afloramiento de la montaña se ha convertido en favorito de los elefantes que pasan. Durante las últimas décadas, el área ha sido redescubierta. Conforme fue recuperada de los narcotraficantes que la hicieron notoria en la década de 1970.
DÍA 1. POR EL CASCO VIEJO
Cerca del centro de Chiang Saen, súbase a una bicicleta alquilada (450 bahts tailandeses, o US$ 13, por día a un cambio de 34 bahts por dólar) y ábrase paso frente a templos, puestos de comida y negocios de antigüedades. Los caminos son espaciosos y están en excelentes condiciones en todo el distrito, el tráfico es sosegado y hasta el ocasional enjambre de motocicletas le cederá el paso.
Los puestos de Phaholyothin, la calle principal, ofrecen platos sencillos bien preparados, desde pollo asado en tallos de bambú hasta pescado de río cocido al vapor con hierbas aromáticas. Con jugo de frutas recién exprimido, se pagará alrededor de 130 bahts. Los paladares más osados pueden aventurarse al Mercado Sinsombun para probar especialidades como muslos de ranas frescas o larvas de avispas ahumadas en panal, que son blancas y esponjosas como palomitas de maíz.
Pedalee frente a las sombreadas murallas del siglo VIII que protegieron a la capital del hace mucho extinto Estado de Lanna. En el parque histórico, el Wat Pa Sak del siglo XIV (“wat” significa templo) reúne motivos de las culturas tailandesa, jemer, birmana, laosiana, hindú y budista, con un chapitel que todavía apunta al cielo. (Admisión, 100 bahts).
De regreso por la ciudad, monjes ataviados con batas color azafrán frecuentan el recinto del Buda de Oro del siglo XIII, uno de los más antiguos y grandes de Tailandia, y los restos de su templo original, el Wat Phra That Chedi Luang. Afuera, a un costado, algunos de los vendedores de artesanías regionales de más renombre ofrecen hilados indígenas y estatuas de budas cuyos costos de envío compensan el descuento en su precio. Brinde por los tres países, y por los elefantes que se ven abajo, desde una lujosa plataforma abierta que mira al Mekong.
El pabellón cumbre del Anantara Golden Triangle Elephant Camp and Resort cuenta con un costoso menú personalizado que va desde lo local hasta lo occidental, todo con una elegancia incongruente con el ambiente rústico. Desde las parrillas exteriores, el Nam Prig Ong Kap Moo (carne molida de cerdo picante, con chicharrón) da un toque elegante a un vigoroso plato favorito del norte. La recepción del Anantara es una fuente confiable de información en inglés sobre guías locales, choferes y alquiler de autos, motocicletas y bicicletas.
DÍA 2. LA SONRISA ENIGMÁTICA
Conforme se limpie la neblina de la mañana, compre un café de cardamomo y jengibre con un pedazo de pastel de arroz dulce por 90 bahts en un puesto coronado por una vid frente a la peculiar tienda de regalos House of Opium (Casa del opio). Es necesario levantarse temprano para hacer el viaje hacia la panorámica región de Doi Tung. La carretara es angosta, con curvas cerradas y ganado suelto, por eso conviene ir con un buen chofer (el día con auto y guía, 4,500 bahts).
Enfrente enjambres de macacos en el diminuto pueblo de Yunnanese y en el templo Wat Tham Pla para encontrar una escalera empinada flanqueada por relucientes garras de dragón. Luego de un breve ascenso, llegará a la Cueva Cola de Pescado, noventa húmedos metros de suelo calcáreo que terminan en un espacio para la devoción en completo silencio. En una pequeña saliente del costado, un busto sencillo, astillado y manchado por los años, muestra una sonrisa enigmática que parece más animista que budista.
En el camino de regreso se topará con vistas espectaculares de las cordilleras birmanas que se convierten en el Himalaya. En la base de la escalera, hay un estanque de peces donde los turistas arrojan migas de pan para las carpas del lago, una ofrenda para la diosa local de la misericordia.
Caminos serpenteantes flanqueados de tiendas de artesanías terminan en los recientemente restaurados cuarteles generales de uno de los últimos caciques de guerra del sureste asiático. Khun Sa vilipendiado como un mafioso de la droga que inundó Estados Unidos con heroína barata en la década de 1970, pero aquí considerado un estadista con muestras que celebran su ascenso a comandante del ejército, cuando recibía a emisarios de primeros ministros y reyes.
Reverenciados como íconos nacionales, los elefantes que alguna vez deambularon por esta parte de Tailandia últimamente han enfrentado momentos difíciles. Pero aquí, algunas decenas encuentran refugio en una reserva con abundante espacio para caminar. Los huéspedes del súper lujoso Four Seasons Golden Triangle Tented Camp pueden montarlos durante un viaje de dos horas que cuesta US$ 295 por pareja.
Los no huéspedes que donen US$ 176 a la Fundación de Elefantes Asiáticos del Triángulo de Oro pueden visitar el campamento, y con suerte ver elefantes que recorren el camino para meterse entre las altas cañas de azúcar. Con gente que pasea al caer la noche y un bar de karaoke a un lado, y el Mekong iluminado por la luna en el otro, se puede descansar sobre esteras de ratán y cojines mientras pasa a la deriva la última embarcación que deja una estela larga tras de sí.
DÍA 3. RITUALES CON BUDA
Cobíjese de la lluvia de la mañana y del aumento del calor en este sombreado acantilado que mira al Wat Pra That Pukhao, donde adoradores del siglo V hicieron su altar; actualmente se exhibe un pequeño Buda de estuco de gran antigüedad. Varios escalones largos conectan este rústico templo con un extenso complejo de templos en las alturas, donde brillan decenas de budas y donde hay monjes que explican rituales de devoción.
La mayoría de los visitantes va directo a un elaborado pórtico ceremonial construido para sacarse fotos con las panorámicas vistas del río cuesta arriba. Un enorme museo contemporáneo detalla la trayectoria del cultivo local más influyente: la amapola real.
Exhibiciones clásicas en el Salón del Museo del Opio narran la historia a través de una mirada no occidental, como motor de un imperialismo que atrapó a casi todo el este de Asia, y que convirtió al área en el epicentro de un espantoso comercio global. El énfasis está puesto en el presente, en el costo humano de la adicción y en los esfuerzos por mantener intacta a la cultura de las tribus montañesas del área. Admisión, US$ 9.
Justo antes de llegar al aeropuerto de Chiang Rai, el Templo Blanco representa el círculo budista de la vida y la muerte. Afuera hay un deslumbrante monumento de ornato, blanco y con espejos; por dentro, un vasto mural de delirios modernos que nos distraen de lo divino, incluyendo los teléfonos celulares y las estrellas de pop. Ingrese a través de un puente peatonal que se tiende sobre un retorcido y angustiado gentío de atormentados. Para reflexionar. Entrada gratuita para los ciudadanos tailandeses; de lo contrario, 50 bahts.
(*) The New York Times / Travel . Publicado por Diario PERFIL