RELATO DE VIAJE
El suroeste de Portugal, un destino inesperado para fans del surf
Con olas perfectas y 300 días de sol al año, el Algarve es un imán para surfistas.
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Por Tobias Schormann (dpa)
Con olas perfectas y 300 días de sol al año, el Algarve es un imán para surfistas. Los hombres llevan barbas hipster y las mujeres calzan botas de vaquero. Duermen en caravanas Volkswagen cerca de la playa. Aquí, la gente es tan salvaje e indómita como la escarpada costa. Practicar el surf en el Algarve no es un deporte: es un culto. Cuando uno observa a los expertos bailando sobre las olas, una canción de los «Beach Boys» comienza a resonar en la cabeza. ¿Qué otro lugar mejor para tomar un curso de surf para principiantes?
Cuando llego a la Praia do Amado, en el extremo suroeste de Portugal, me saluda el profesor de surf Nelson, un surfista arquetípico con la piel bronceada, rizos rubios y un six-pack. Yo, en cambio, estoy pálido y fuera de forma con una barriga pronunciada Nuestra casa en los próximos días es el campamento de surfistas, situado en el interior verde de la costa. Solo hay naturaleza y surfistas. Afuera hay una piscina y un par de hamacas. A lo lejos se puede ver el mar, el telón de fondo de las aspiraciones de todos los que buscan aquí la aventura.
Por la noche, todo el mundo está sentado en el comedor y habla de las olas del día y de los mejores sitios para el surf. En la mesa hay revistas con fotos de héroes del surf montando olas gigantescas. Para los principiantes, la realidad es un poco diferente. Al día siguiente, en Praia do Amado, el calentamiento es el primer punto de la agenda. Jugamos a la pelota y hacemos saltos de tijera. Después, Nelson explica las técnicas básicas del surf. A continuación, nos lanzamos al agua. Nelson nos dice cómo tomar una ola. Se trata de encontrar la parte blanca del agua, donde ya se ha roto la ola.
Me pongo firme en la tabla tratando de mantener el equilibrio. Nelson grita «uno, dos, tres», pero no lo oigo por el ruido de la ola y antes de darme cuenta el agua blanca ya me ha arrastrado hacia abajo. Otros participantes en el curso corren la misma suerte. Durante gran parte del día los niños pasan junto a mi deslizándose con seguridad en sus tablas, mientras que yo salgo una y otra vez a la superficie con la boca llena de agua salada.
Este curso es una lección de humildad y autonomía. Estás solo con la ola, la tabla y contigo mismo. Debajo del agua, en el vientre de la ola, está muy tranquilo. Solo puedes rezar. Al final, la ola te escupe otra vez hacia afuera y uno hace esfuerzos por respirar. Después de lo que parecen haber sido medio centenar de intentos, finalmente logro mantener el equilibrio en la tabla. La ola me lleva deslizando, flotando hacia la playa. Al término del curso, nos dirigimos a un bar al otro lado de la bahía, donde los surfistas contemplan la puesta del sol con una cerveza.