Maravillas riojanas
Aunque dicen que el zonda provoca mal humor, los riojanos siempre están dispuestos a mostrar sus mejores paisajes. Fotogalería
ARIDEZ. De día hace calor; de noche, frío. Entre quebrachos, algarrobos y molles, muchos cactus. Los cóndores se suicidan arrojándose desde la altura a 150 km/h. [ Ver fotogalería ]
Por Silvina Márquez (*)
El viento zonda, caliente y seco, levanta mucha tierra y genera alta presión. Por eso, se lo conoce como el viento del mal humor. Lejos de hacerle honor, los riojanos son alegres, amables y emprendedores. Además, intentan que los turistas que visitan su tierra se empapen de su historia y geografía para que, pronto, se sientan uno más entre ellos. En este recorrido por La Rioja, nada mejor que empezar con el viento a favor.
A 90 kilómetros de la capital riojana y a 30 kilómetros de la ciudad de Aimogasta se encuentra el complejo turístico Vientos del Señor. Como su nombre bien hace referencia, los vientos constantes permiten que chicos y grandes, por deporte o placer, disfruten de hacer carrovelismo o kitebuggy. Estos carritos, movidos por el viento y conducidos por personas del complejo, se desplazan por El Barrial, una superficie lisa de 7 kilómetros de largo y 4 km de ancho de suelo arcilloso que, hace miles de años, era un lago.
A unos kilómetros de Vientos del Señor y del Señor de la Peña (un gran peñasco con la cara de Jesús, de unos 12 metros de altura que convoca a unos 50 mil creyentes en Semana Santa) el viento vuelve a mostrar su potencia. En el Valle la Puerta, a 20 kilómetros de Aimogasta, sin prisa pero sin pausa el viento mueve las paletas de una docena de molinos con los que, actualmente, cuenta el Parque Eólico Arauco Sapem. Estos gigantes blancos forman parte de los cien generadores con los que se prevé contar a cinco años, consolidándose así como el mayor parque eólico del país.
En La Rioja el oro verde se encuentra en Aimogasta, al norte de la capital. Esta ciudad de 10 mil habitantes es la Capital Nacional del Olivo. Sus inviernos suaves y veranos calurosos hacen que el olivo y sus derivados sean la principal fuente de trabajo de los aimogasteños. Y así como se encuentran fábricas que se destacan por su tecnología de avanzada, otras realizan el proceso de elaboración de aceites y aceitunas de manera artesanal, como es el caso de Hilal Hermanos (1957).
Es irresistible visitar las instalaciones de este emprendimiento familiar, sin dejar de probar sus productos y comprar alguna provisión de aceitunas variedad arauco verdes, negras, con sus múltiples rellenos y condimentos. Y, desde luego, el aceite de oliva extra virgen.
El viento sopla ahora por la Ruta 40 llevándonos a Chilecito, cuna del vino torrontés y donde –no podía ser de otra manera– se encuentra la mayor concentración de bodegas de vinos de las más de 35 que conforman la Ruta del Vino Riojano. Una de ellas es la bodega La Puerta, creada en 2002, una de las empresas más avanzadas a nivel tecnológico.
Como reza el lema de la provincia, “un viaje a los orígenes”, en este departamento de Chilecito se encuentran las capillas más antiguas de la región, construidas en la época colonial por la corona española y la orden de los jesuitas. También se puede contemplar el Cablecarril Chilecito – La Mexicana, construcción de principios del siglo XX, que desde 1982 es Monumento Histórico Nacional. Es un recorrido de nueve estaciones en 35 kilómetros. Servía para transportar minerales desde la mina en el cerro Famatina hasta la estación del ferrocarril que reemplazó el traslado a lomo de mula.
Quizá una de las mayores manifestaciones de la naturaleza y de la historia, donde millones de años se materializan en un paseo de algunas horas, es el Parque Nacional de Talampaya (“Río seco del Tala” en Quichua). Este espacio natural, Patrimonio de la Humanidad desde 2002, tiene más de 200 mil hectáreas y permite un viaje donde la imaginación y los sentidos se potencian. Uno contempla los colores y texturas de las rocas; animales como liebres, guanacos, pumas y ñandúes; olores de arbustos, como jarillo y brea; y el porte del algarrobo blanco.
En este Parque, cada uno de sus circuitos tiene encantos, atractivos e historias, como el Cañón de Talampaya, la Quebrada de Don Eduardo y el Cañón Arco Iris, entre otros. Es un paraíso para recorrer en bicicleta, overland 4 x 4 o incluso caminando, siempre y cuando se respete la premisa de disfrutar de la naturaleza sin modificar el ambiente. El eco se repite y se aleja con el tiempo y, por qué no, se puede concluir este recorrido con unos mates con tortilla asada o empanadas riojanas.
Un viaje que se inició con la fuerza del viento, nada mejor que culminarlo con quienes le hacen honor en el cielo riojano. A 180 kilómetros de la capital provincial, en el extremo sur se encuentra Quebrada del Cóndor, en la sierra de los Quinteros. Entregándose a la calma del lugar se puede disfrutar del vuelo de un centenar de cóndores (cúntur en quechua), animal que en nuestro país se encuentra en peligro de extinción. Puede tenerse un primer contacto con estas aves rapaces en La Posta de los Cóndores, un refugio familiar, coordinado por Juan y José Vega, que alberga a dos cóndores en cautiverio, uno de ellos herido de un balazo. Allí, rodeados de naturaleza y sin contaminación, se puede disfrutar de un delicioso chivito al horno, o un estofado de cabrito, un bife a la criolla y algunos dulces regionales, además de un baño y un sueño reparadores. Pero sobre todo uno puede alimentar el alma en este lugar donde el viento nos eleva.
(*) Desde La Rioja. Nota publicada en el suplemento Turismo del Diario PERFIL el sábado 4 de agosto de 2012.