BRASIL / IMPERDIBLE
Subir y bajar el Morro de Sâo Paulo
Amigable y siempre con música de fondo, es un destino joven, sin autos, con cuatro playas, mucha caipirinha y frutas insólitas. Fotogalería
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Por Alejandro Grimoldi (*)
A dos horas de travesía en barco desde Salvador de Bahía (Brasil), se encuentra la isla de Tinharé, más conocida por alojar sobre su costa al Morro de São Paulo, un balneario que está de moda entre los jóvenes argentinos.
Es pequeño y se puede recorrer casi íntegro en una hora, pero amontona todo lo necesario para unas vacaciones playeras festivas. Una costa celeste y cambiante, caipirinhas baratas, excursiones por el mar, música en vivo, footvolley en la playa, decenas de bolichitos románticos o multitudinarios donde comer caro o barato, fiestas en discotecas o bajo la Luna, entre puestitos colmados de frutas rarísimas que se pueden comer o mezclar con alcoholes de cualquier tipo.
Lo primero que hay que hacer al llegar implica, sin embargo, un esfuerzo: subir la empinadísima rampa que lleva del muelle al pueblo, en plena cima del cerro. Por suerte, los carretilleros locales ayudan con el equipaje, simulando una bocina con la boca para hacerse paso.
El Morro es tan chico y simple que tiene sólo una senda peatonal de tierra que desde arriba baja hasta la costa, bordea sus tres primeras ensenadas o praias y se deshace en arena antes de llegar a la cuarta. No hay autos. Ni uno. Como mucho, en la cima asoma una camioneta de policía que circula por el interior del pueblo, una parte que la mayoría de los turistas no llega a ver nunca.
Avanzando por el camino primero aparece el centro comercial: decenas de restaurantes, locales de ropa y hostales, a veces al nivel del suelo, otros elevados por unos escalones o precipitados hacia adentro y hacia abajo, siempre acompañando la fisonomía del morro. Todo este escenario está ubicado sobre la ladera que mira a la primera praia, la más chica y menos turística, a la que se puede bajar por unos pasillos que se abren entre tanta cosa.
Si en cambio se sigue por el camino, el sendero se aplana y cambia la tierra por un deck de madera que bordea la segunda praia, que es donde está la costa. Es la más ancha y la que concentra la mayoría de los turistas, los restaurantes más lindos, algunas pequeñas discotecas y, a la noche, una multitud de puestitos que van enfilándose a lo largo del deck. Hay multitud, movimiento y color, siempre con música de fondo, en vivo, y basta una conversación amigable para conseguir algún descuento.
Más allá, en la tercera praia, la arena ha desaparecido y el camino se ha transformado en una rambla contra la que ahora rompe el mar, con explosiones de espuma.
De noche, la marea sube en toda la costa, achica las primeras dos playas y directamente tapa esta tercera. Hospedarse aquí es ideal: el mar está en la ventana y el bullicio de la segunda praia está más lejos. De día, además, es el mejor lugar para hacer snorkel (el agua es poco profunda). De esta ensenada parten las excursiones, que llevan a las islas próximas o a algún banco de arena en el medio del océano.
El Morro termina en la cuarta praia, que nace en un lejano recodo y se estira interminablemente hacia una parte remota de la isla. Aquí sólo están los hoteles de lujo, más caros y menos juveniles, asomados tímidamente a los kilómetros de arena que son ideales para una buena caminata vespertina.
Luego, vuelva al punto de partida, desandar las cuatro playas rumbo a la altura. Ahí hay otro camino que en lugar de bajar asciende, se adentra en el bosque, pasa por un pequeño cementerio, por el viejo y característico faro y desemboca en la cumbre del cerro, en un mirador que se abre al mar y al poniente. Ideal para destapar la cerveza.
(*) Nota publicada en el Suplemento de Turismo del Diario PERFIL el 17 de agosto de 2012.
Marcelo muy equivocado tu comentario , la mayoria de los negocios y atracciones los dueños son argentinos , hace poco pude conocer ese lugar maravilloso y recomendable !!!