Tierra ¡allá vamos!
En la provincia de Buenos Aires hay aventuras impensables para el centro porteño. Por ejemplo: tirarse en paracaídas.
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Por Alejandro Grimoldi (*)
Ubicado en la periferia de la oferta turística de Buenos Aires, pero sin por eso carecer de atractivo y popularidad, se encuentra el paracaidismo, la opción de despeñarse desde 3 mil metros de altura sobre las minúsculas parcelas de campo que pueblan el suelo de la provincia.
En varias localidades casi cualquiera puede hacer su “salto de bautismo”. Sólo se requiere una introducción de 15 minutos. En Skydive, ubicado en Chascomús, trabajan de lunes a lunes. “Ahora estamos en temporada baja, pero viene mucha gente”, dice Federico Argento, uno de los encargados. “El 20 por ciento son turistas, en general estadounidenses y europeos, y además vienen muchas mujeres”, agrega.
Los únicos requisitos son el clima, que no debe estar muy ventoso ni lluvioso, y el peso de quien salta: más de 35 kg y menos de 95; el resto, incluidas personas discapacitadas, puede saltar. Pero nadie lo hace solo: el instructor va adherido a la espalda del aventurero a lo largo de los 3 mil metros de caída, que entre caída libre y paracaídas dura unos cinco minutos.
Al principio la caída puede llegar a los 200 km/h, que se reducen bruscamente a 20 km/h al abrirse el paracaídas. “Cuando se abrió y la caída era más lenta, pensaba que se debe sentir mi hija cuando la tienen a upa y mueve los pies sin tocar el piso”, cuenta Leandro Paleari, que saltó para festejar sus 30 años. ¿Miedo, terror? “La gente viene muy decidida, son poquísimos los que se arrepienten”, explica Argento.
Ayuda el que no se sienta vértigo, porque, como dice Leandro, “una vez que se alcanzan los tres mil metros sólo se ven parcelas de campo y se pierde la dimensión de la altura”.
La experiencia no baja de $ 900 pesos y puede llegar a los $ 1.400 si se pide filmación. En la tarifa más barata es el propio instructor el que filma; en la más cara hay un camarógrafo que acompaña y luego edita el video con música y fotos. El salto también puede sumar unos cientos de metros más de altura.
“Buscaba conseguir un lindo recuerdo de mi tercera década y lo logré. Es una experiencia única y lo volvería a hacer”, se anima Leandro. Unos minutos de audacia y luego quedará un recuerdo para la familia, los amigos y la posteridad.
(*) Nota publicada en el Suplemento Turismo del Diario PERFIL el sábado 11 de agosto de 2012