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Fotos | Woodstock, la ciudad «mágica» que prestó su nombre al legendario festival
La localidad, a 170 km de Nueva York y hoy con 6.000 habitantes, jamás fue escenario del mítico festival, aunque su nombre atrae cada vez más a turistas adinerados que buscan algo más que aire fresco.
La localidad de Woodstock, 170 km al norte de la ciudad de Nueva York y hoy con 6.000 habitantes, jamás fue la sede del legendario festival que lleva su nombre y cumple ahora su 50 aniversario. Fotos: AFP [ Ver fotogalería ]
Publicado el 19 de agosto de 2019
La música que llegaba desde la iglesia vecina estaba por enloquecer al padre de Richard Heppner en la localidad de Woodstock, Nueva York. Pero no era un coro ni las campanadas lo que producía el ruido atronador. «No puedes llamar a la policía por Jimi Hendrix», recuerda Heppner, en aquel momento un adolescente que convenció a su padre de dejar tranquilo al ídolo de la guitarra, que se encontraba ensayando en el abandonado templo.
Un evento de culto para toda una generación, Woodstock vio llegar entre el 15 y el 18 de agosto de 1969 a cerca de 500.000 personas a los campos de alfalfa de la pintoresca región de Catskills. Las torrenciales lluvias no impidieron que celebraran, consumieran drogas e hicieran el amor en medio de una inusual atmósfera de libertad y anarquía. Pese al barro, la escasez de alimentos o el uso de sustancias, el festival se convirtió en un símbolo de esperanza que cerró una década marcada por asesinatos y disturbios, en el contexto de la guerra de Vietnam. El lugar es ahora gestionado por la asociación Bethel Woods Center for the Arts, que organiza con frecuencia conciertos y maneja un museo en memoria del festival.
La localidad de Woodstock, 170 km al norte de la ciudad de Nueva York y hoy con 6.000 habitantes, jamás fue la sede del legendario festival que lleva su nombre y cumple ahora su 50 aniversario. Sin embargo, su cercanía con grandes de la música como Hendrix o Bob Dylan era moneda corriente, afirma Heppner, quien sostiene que la inclinación de su pueblo por el arte es muy anterior a 1969. «Nos gusta creer que el espíritu que dio nacimiento al festival comenzó aquí mismo», dice Heppner, hoy un hombre de 67 años y el historiador local de Woodstock.
Los organizadores del festival original lo tenían en mente como sede del evento, pero por razones de espacio y permisos de las autoridades se vieron obligados a buscar otro lugar. De todos modos, decidieron mantener el nombre en el cartel. Ese detalle no impidió a esta pequeña localidad capitalizar la fama y el significado que Woodstock tiene desde entonces. Todos los años llegan en peregrinación turistas que equivocadamente buscan el lugar del festival, confusión que no deja de provocar una sonrisa burlona en el rostro de Heppner. «El nombre sigue albergando la magia», dice durante una conversación en la sociedad histórica local. «Nuestro nombre está ligado a una generación».
Un legado artístico
Según Heppner y otros residentes de larga data, los vínculos de la ciudad con el arte y los ideales antiautoritarios vienen de mucho antes, tanto como principios del siglo XX. Todo comenzó en la imaginación de la artista estadounidense Jane Byrd McCall Whitehead y su futuro esposo Ralph Radcliffe Whitehead, inglés, quienes en 1903 abrieron la colonia artística Byrdcliffe, que se mantiene en actividad, en las montañas cercanas al pueblo.
«Esta es una ciudad que es generada por ese tipo de espíritu artístico», dice Derin Tanyol, directora de exhibiciones y programas en el Woodstock Byrdcliffe Guild, institución nacida de la unión entre la colonia artística y el gremio local de artesanos. «Realmente [Woodstock] se ha ganado el título de colonia de artistas», dice Tanyol en el predio de Byrdcliffe, donde se desarrolla una muestra de arte psicodélico titulada «Psych Out!!!».
Alan Baer, un arquitecto de 69 años que es el curador de la muestra, llegó a Woodstock hace tres décadas con su esposa, una artista, atraídos por la energía de la zona. «Hay tanta historia aquí«, dice. «El trabajo es independiente de esa historia, pero lo llevas en tus genes, definitivamente lo sientes«.
Un turista que llegue a Woodstock hoy puede cenar en un restaurante de categoría que solo ofrece productos de origen sustentable y después comprarse una camiseta teñida a mano de los Grateful Dead, o algún recuerdo hippie en una de las tiendas del centro que viven de los visitantes. «Desde luego que contamos con que el festival musical de Woodstock traiga a la gente hasta aquí, incluso si después tienen que ir a otro lugar«, dice Tanyol entre risas.
Pero más allá de la graciosa confusión, la reputación de Woodstock atrae cada vez más a neoyorquinos adinerados que buscan algo más que aire fresco. Esa oleada provocó un aumento de los precios de los inmuebles y una reducción notoria de los artistas residentes que pueden mantenerse en el lugar. Según Tanyol, esta situación no es nueva. «Lo que realmente define cultural y económicamente a esta ciudad son dos clases muy diferentes, el artista hambriento y el neoyorquino acaudalado que tiene aquí su segunda casa«. «Los artistas necesitan a los ricos para sostener a las organizaciones que permiten a los artistas tener lugares donde mostrar su trabajo, y los ricos necesitan el arte».
«Lugar mágico»
Los lugareños notaron en los últimos meses un aumento de los visitantes que llegan en busca del aura de Woodstock. A unos 100 km al suroeste, en Bethel, donde se realizó realmente el festival, se llevarán a cabo una serie de conciertos por el aniversario entre el 15 y el 18 de agosto, con músicos como Santana, que participó en 1969.
Pero el flujo constante de dinero y gente puede estar atentando contra el espíritu contracultural de la ciudad, según Heppner. «¿Hemos perdido el verdadero significado de Woodstock? Hay gente que dice que sí, que lo hemos perdido», dice. «Si no puedo alquilar una casa, y me gusta la música o pintar… no tienes una colonia artística si no tienes artistas». Pero para Baer, el arquitecto, el área es un «lugar mágico, cargado», y él cree que será así por mucho tiempo. (AFP)