SEDE DE LA CUMBRE DEL G7
Biarritz, la ciudad junto al mar que enamoró a la realeza europea
Según el historiador Alain Puyau, antes del «boom» turístico entre la alta sociedad, los médicos «traían a los enfermos, en particular a los mentales, para meterlos en las olas y crearles un choque que consideraban benéfico».
Biarritz, escenario de la última cumbre de líderes del G7, se convirtió en uno de los destinos preferidos de reyes y aristócratas europeos desde que la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III (1808-1873), transformó este pequeño puerto de pesca francés en una ciudad balnearia de moda, en una región vasca más bien conservadora. [ Ver fotogalería ]
Publicado el 26 de agosto de 2019
Biarritz, escenario de la última cumbre de líderes del G7, se convirtió en uno de los destinos preferidos de reyes y aristócratas europeos desde que la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III (1808-1873), transformó este pequeño puerto de pesca francés en una ciudad balnearia de moda, en una región vasca más bien conservadora.
La profecía de Victor Hugo
En 1854, la española Eugenia de Montijio se enamoró de Biarritz. Algunos aristócratas británicos, que en principio habían venido a visitar las tumbas de los soldados caídos frente a Napoleón en la región, empezaron a bañarse en el mar y a disfrutar de su agradable clima. En esa época se instalaban en chalés y se bañaban en la entonces conocida como «playa de los locos».
Según el historiador y consejero municipal de la ciudad, Alain Puyau, entre los años 1820 y 1830 los médicos de la ciudad vecina de Bayona «traían a los enfermos, en particular a los mentales, para meterlos en las olas y crearles un choque que consideraban benéfico».
En 1843, Victor Hugo visitó Biarritz y ya temió entonces que este pequeño pueblo pintoresco acabara como las ciudades que ya empezaban a existir en la costa de Normandía. «En realidad fue una profecía, porque anunció lo que tardaría mucho en pasar», explica Puyau.
Las visitas de Eugenia
A la joven emperatriz Eugenia le gustaban mucho los baños de mar y eligió Biarritz por su proximidad con San Sebastián, en España, donde parte de su familia pasaba las vacaciones. «Eugenia quería algo privado, un pequeño edificio con ocho habitaciones en el primer piso, cerca de un acantilado encima de la playa, frente al océano», explica Puyau. Por eso Napoleón III hizo enrasar las dunas, canalizar los ríos y eliminar lagos para crear un gran dominio imperial.
Poco a poco se fueron construyendo hoteles, grandes almacenes y hasta una estación de tren. Las visitas del emperador y su esposa duraron hasta 1868 y en esa época pasaron por Biarritz los reyes de Bélgica y Portugal, grandes de España así como príncipes rusos y polacos, entre muchos otros. Más tarde, el príncipe de Gales, futuro Eduardo VII, también residió en el Hôtel du Palais.
En el siglo XX, la élite continuó viniendo y las estrellas del cine francés y de Hollywood que acudían a los casinos mantuvieron vivo el glamur de la ciudad. «Incluso los alcaldes republicanos de principios del siglo XX alimentaron esta imagen» imperial de Biarritz, apunta Puyau. Según él, para conservar la clientela española «construyeron el mito de Eugenia y la convirtieron en la benefactora de la ciudad».
Si Bismarck se hubiera ahogado…
«En Biarritz, Eugenia impuso sus costumbres a sus invitados: ‘si yo me baño todo el mundo se baña'», recuerda Puyau. Por eso en 1865, cuando Bismarck visitó Biarritz, no pudo escaparse a la costumbre pero una corriente de mar lo arrastró y el que iba a convertirse en canciller de Alemania casi muere ahogado.
Le salvaron unos antiguos pescadores que entonces ya trabajaban como socorristas. «¡Imagíneselo! Sin él quizás no habría habido guerra en 1870 y tampoco la catástrofe de 1914», imagina el historiador.
Biarritz «satánica»
Los vascos del interior, en su mayoría rurales y conservadores, vivieron el desarrollo de Biarritz «como una agresión». En la ciudad «aparecieron comportamientos y maneras de vivir contrarias a las costumbres vascas, todavía muy marcadas por la iglesia católica», sobre todo en los años 1920, explica Puyau.
Fue el caso de las mujeres, que se desnudaban, bailaban y se mezclaban sin complejos con los hombres. Fue así como los obispos empezaron a denunciar una «ciudad satánica» donde además trabajaban muchos vascos de la región en la construcción y en la hostelería. Sin embargo, hoy Biarritz reivindica su lugar dentro del país vasco francés.
(*) Agence France-Presse.