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¿Sobrevivirán los dragones de Komodo al ecoturismo?
Por Adam Minter Cada vez más turistas acuden en masa a la isla de Komodo, en Indonesia, para verlos. Y a partir del próximo año, pagarán hasta US$1.000 por semejante privilegio.
En 2018, 176.000 personas visitaron Komodo, en comparación con 44.000 en 2008. FOTO: BLOOMBERG [ Ver fotogalería ]
Publicado el 7 de octubre de 2019
No hay nada tierno en los cerca de 5.000 dragones de Komodo que aún deambulan por la naturaleza. Son depredadores agresivos y venenosos que pueden medir hasta 3 metros de largo y pesar más de 68 kilos. Se sabe que atacan ocasionalmente a humanos, a veces fatalmente. Sin embargo, cada vez más turistas acuden en masa a la isla de Komodo para verlos. Y a partir del próximo año, pagarán hasta US$1.000 por semejante privilegio.
Esta nueva «cuota de membresía«, anunciada la semana pasada, está destinada a reducir el turismo excesivo y tal vez salvar las especies características de Komodo en el proceso. Si funciona, podría actuar como modelo para algunos de los sitios ecológicos más sensibles del mundo y para las comunidades locales que con demasiada frecuencia no ven los beneficios del auge del ecoturismo global.
Hasta hace poco, la idea de que Komodo, una roca montañosa de 390 kilómetros cuadrados en medio del archipiélago indonesio, podría convertirse en una atracción turística era descabellada. Estuvo escasamente poblada durante siglos, conocida casi exclusivamente por los lugareños. A principios del siglo XX, rumores de cocodrilos gigantes que habitaban la isla llegaron a un explorador holandés que viajó rápidamente a Komodo y cazó a uno. Unos años más tarde, siguió su ejemplo un estadounidense cuyos viajes supuestamente inspiraron la película original de «King Kong», y resultaron en la primera y breve exhibición del dragón de Komodo en el zoológico del Bronx (las estrellas de la atracción murieron poco después de su llegada).
Durante el próximo medio siglo, el interés hacia los lagartos atrajo a un pequeño pero creciente número de turistas aventureros. Para 1980, la cifra ya fue suficientemente representativa y el gobierno indonesio estableció el Parque nacional de Komodo para proteger a los dragones. Los lugareños, que venían ganándose la vida en la isla durante cientos de años, no fueron consultados sobre el parque, sus límites o, lo más angustiante, los planes que tenía el gobierno para su reubicación. El mandato de crear un área de conservación prístina preparó el escenario para décadas de disputas sobre turismo, acceso a recursos y derechos indígenas.
Este no es un problema aislado. La mayoría de los parques nacionales del mundo han sido creados a través del desalojo de comunidades para crear entornos «sin personas» que se pudieran comercializar a turistas. En Tanzania, en tales esfuerzos yace ampliamente la culpa del desplazamiento de los masái fuera de sus tierras ancestrales. En la Amazonía, indígenas locales se quejan de que la generosidad generada por el ecoturismo fluye en toda dirección, menos hacia ellos. Un estudio reciente en la cuenca del Congo evidenció que las medidas de conservación habían desplazado a aldeas enteras, lo que provocó dificultades económicas, conflictos violentos, abusos contra los derechos humanos y una disminución de la población de especies en peligro de extinción —entre ellas elefantes y chimpancés— debido al aumento de la caza furtiva
En Komodo, la tensión no fue tan alta. La caza furtiva se limitó principalmente a los ciervos que cazan los dragones, no a los lagartos en sí. Entretanto, el rango aislado y restringido de los gigantes lagartos ha hecho que sea más fácil seguir una estrategia de conservación exitosa, especialmente en comparación con los esfuerzos fallidos de apoyo a otras especies de Indonesia, como los orangutanes en peligro crítico.
Sin embargo, debido al auge turístico, ese incómodo equilibrio se está volviendo más difícil de mantener. En 2018, 176.000 personas visitaron Komodo, en comparación con 44.000 en 2008. Esa afluencia ha generado problemas conocidos en otras zonas ecoturísticas: la basura se está acumulando, la caza furtiva está en aumento y los locales están cada vez más frustrados de que el gobierno otorgue valiosos derechos de desarrollo a externos. Simultáneamente, las poblaciones de dragones están en un lento pero perpetuo declive.
La respuesta inicial del gobierno local fue predecible; anunció que la isla de Komodo estaría cerrada durante todo 2020 para proteger a los lagartos, mientras que unos 2.000 residentes debían ser reubicados. Afortunadamente, la presión pública que se opone a dicho plan parece haber surtido efecto. Esta semana, el gobierno cambió de opinión y anunció que impondría tarifas de membresía.
Esto reduciría el número de turistas que visitan Komodo, a la vez que proporcionaría dinero para impulsar los esfuerzos de conservación. Pero una solución a más largo plazo requerirá garantizar que los beneficios fluyan más directamente hacia las comunidades locales; por ejemplo, a través de participaciones significativas en las concesiones turísticas y extendiendo sus derechos para gestionar y beneficiarse de la vida silvestre. Esta es una lección que muchos otros grandes puntos de ecoturismo deberían tener en cuenta. Menos personas verán de cerca a los dragones de Komodo. Pero los propios dragones tendrán la oportunidad de prevalecer. Además, idealmente, también prosperarán los lugareños.