CINCO SIGLOS DE HISTORIA

Galería | La Habana, ecléctica joya cultural, celebró sus 500 años

Fundada por los españoles el 16 de noviembre de 1519, durante siglos fue puerto obligado en la ruta de las riquezas coloniales camino de la metrópoli y varias veces destruida por los piratas.

Un hombre pasa en bicicarro por unos soportales de La Habana Vieja. Foto: Guillermo Nova/dpa [ Ver fotogalería ]

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(Publicado el 18 de noviembre de 2019)

Sin rascacielos, centros comerciales ni franquicias, La Habana llega a sus 500 años de fundada con su ritmo lento, casas coloniales, nuevos hoteles modernos junto a edificios carcomidos por el salitre y el abandono, en un equilibrio que parece dejarla detenida en el tiempo antes de entrar en la globalización. «La Habana es una ciudad que no deja indiferente, tiene un simbolismo y un misterio que nadie queda ante ella como en cualquier lugar», dijo Eusebio Leal, historiador de la Ciudad de La Habana, y uno de los artífices del reconocimiento en 1982 de La Habana como Patrimonio de la Humanidad por su casco antiguo de época colonial. 

Fundada por los españoles el 16 de noviembre de 1519, durante siglos fue puerto obligado en la ruta de las riquezas coloniales camino de la metrópoli y varias veces destruida por los piratas. Tras su independencia se convirtió en el cabaret de Estados Unidos y después en el epicentro de la política revolucionaria en la región. Ahora vive un momento de transición que deja un paisaje en el que conviven hoteles cinco estrellas, patios coloniales españoles y casas a medio derruirse.

«No nací en La Habana, pero hice mía esta ciudad, porque la siento como mía cada vez que miro el mar desde mi ventana todas las mañanas,» señala Elvira Santana, una maestra jubilada que llegó a La Habana hace 50 años desde un pequeño pueblo del oriente del país. Santana vive junto a otras cinco familias en el antiguo apartamento de un publicista que se marchó a Miami en 1959 y que el Estado dio a jóvenes maestras que alfabetizaron en la serranía.

En cien metros cuadrados crearon varias viviendas. Los techos altos fueron divididos para hacer dos pisos en la misma habitación mediante unas estructuras de metal y madera que en Cuba se conocen popularmente como «barbacoas». Esta casa colectiva -se las llama «solares»-, convive en el mismo edificio con un apartamento que se alquila a turistas en la red de Airbnb por 50 euros (55 dólares) la noche. En la misma escalera, el lujo y la estrechez económica empiezan a convivir entre personas a las que no se educó en la desigualdad.

La arquitectura se paró en La Habana en 1959 con la llegada de los guerrilleros barbudos de Fidel Castro al poder que consideraron que la prioridad era desarrollar las abandonadas zonas rurales. Sin transformaciones urbanísticas, la ciudad tiene hoy una forma ecléctica y por sus calles se pueden ver edificios Art Decó y Art Noveau, columnas de arco neo mudéjar y grises bloques de vivienda de influencia soviética.

Uno de los espacios más emblemáticos de la ciudad es su paseo marítimo, conocido popularmente como El Malecón. Paseo obligado de turistas, sigue siendo el espacio más democrático de la ciudad donde al atardecer se pueden ver a los habaneros sentados contándose sus historias del día, tomando una cerveza o escuchando la música a todo volumen. Durante el día algunos pescadores buscan suerte con el anzuelo.

El azote del mar que penetra cada cierto tiempo fue socavando junto a su salitre la mayoría de las casas y el 70 por ciento de los edificios del Malecón están en tan mal estado que deben ser demolidos total o parcialmente, según reconocen las propias autoridades cubanas. Pero mientras surgieron bares y restaurantes, tiendas y peluquerías al calor de las reformas de Raúl Castro y el deshielo con el Estados Unidos de Barack Obama, la ciudad mantiene grandes problemas de transporte público, red hidráulica, equipamientos urbanos y un fuerte déficit de vivienda.

«El agua aquí es un día sí y un día no, pero cuando llega, la cosa es tener electricidad para subirla a la cisterna», dice Camilo Elizondo contando su bregar diario en un edificio de 15 plantas de arquitectura soviética cerca de la emblemática Plaza de la Revolución. El panorama es un contraste entre una Habana moderna y cosmopolita para el turismo que también convive con calles mal asfaltadas y días sin que pase el camión de la basura, aunque sin los problemas de seguridad ciudadana y las bolsas de miseria de favelas y ranchitos que caracterizan a otras capitales de la región.

«Vamos a la gentrificación con cambios muy rápidos», dice a dpa el escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez, que ve con preocupación cómo «ya hay edificios en los que alguien compra todos los apartamentos y los convierten en hostales». Gutiérrez retrató como pocos autores los bajos fondos de la vida diaria de sus habitantes en obras como «Trilogía sucia de La Habana», donde refleja escenas de violencia y pobreza, mezcladas con la promiscuidad sexual y el exceso de ron. «Podremos tener miles de problemas, pero aquí se vive tranquilo», dice Roberto Gámez, que todos los días cuando baja el sol se sienta en el borde del Malecón y tira su caña de pescar.

 

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