HÁBITAT Y MEDIO AMBIENTE

El drama de los elefantes de Tailandia sometidos a esclavitud para el turismo animal

Son domesticados por la fuerza antes de ser vendidos a centros turísticos que se hacen llamar «santuarios».

Con tal sólo dos años se separa a la cría de elefante de su madre pese a que todavía depende de ella. Lo atan, a veces lo privan de comida y con frecuencia le pegan con palos o un gancho de metal para que obedezca las órdenes. [ Ver fotogalería ]

Ficha

Publicado el 30 de diciembre de 2019

Separados de sus madres, golpeados y a veces privados de comida, los elefantes tailandeses son domesticados por la fuerza antes de ser vendidos a centros turísticos que se hacen llamar «santuarios» para atraer a los viajeros concienciados con el maltrato animal. En Ban Ta Klang se adiestra a la mayoría de los paquidermos que acaban en estos «centros de rescate». Los  desestabilizan para someterlos al cornaca o mahout, es decir el domador, y obligarlos a interactuar con los visitantes. 

Con tal sólo dos años se separa a la cría de elefante de su madre pese a que todavía depende de ella. Lo atan, a veces lo privan de comida y con frecuencia le pegan con palos o un gancho de metal para que obedezca las órdenes. «No los criamos para lastimarlos (…) Si no son tercos, no les hacemos nada», asegura el cornaca Charin, mientras pide a un joven elefante que se sostenga sobre las patas traseras con un globo en la trompa. 

Él entrena a los paquidermos por 350 dólares al mes, enseñándoles a pintar, a jugar al fútbol, a tocar música, lo que pidan los dueños. «Siempre he vivido con ellos. Forman parte de nuestra familia», señala el domador cuyo abuelo y padre ya ejercían el oficio.

80.000 dólares

Desde la prohibición de su explotación en la industria forestal hace 30 años, los elefantes y los cornacas desempleados se han pasado al turismo de masas. Una vez entrenados, los animales se venden por hasta 80.000 dólares, una inversión colosal que hay que rentabilizar. Una tarea fácil para los parques de atracciones, como el de Mae Taeng, cerca de Chiang Mai (norte), que acoge a hasta 5.000 visitantes por día.

Con una pata en el aire y un pincel en la trompa, Suda realiza cinco cuadros bajo los aplausos de los visitantes que pagaron 50 dólares de entrada. Sus lienzos, que parecen estampas japonesas, se venden por hasta 150 dólares. Luego llega el momento más esperado: el paseo a lomos de elefante. Muchos refugios y santuarios ya no ofrecen este tipo de paseos, boicoteados cada vez por más turistas occidentales. 

Pero la mayoría ofrece una actividad igualmente polémica: bañarse con el animal. «Se desaconseja fuertemente. Es estresante, especialmente cuando tiene que interactuar con jóvenes demasiado entusiasmados, puede generar lesiones a los turistas», señala Jan Schmidt-Burbach de la World Animal Protection. 

El objetivo es colocar al visitante lo más cerca posible del paquidermo para que tenga la sensación de que rentabiliza la entrada. Por eso se le deja alimentarlo, cepillarlo y cuidarlo. Una vez que se va, el viajero no ve el lado oscuro: en algunos «refugios» los elefantes están encadenados durante horas, se les obliga a dormir sobre hormigón y están mal alimentados.

Observar sin tocar

De los 220 parques de elefantes registrados en el país, aunque muchos prometen un turismo más ético, «solo una decena garantizan condiciones de vida satisfactorias», según World Animal Protection. Es el caso de ChangChill, una pequeña estructura cerca de Chiang Mai, en medio de arrozales. En unos meses ha revolucionado su funcionamiento para garantizar un bienestar óptimo al animal. 

Aquí lo observamos respetando una distancia de 15 metros. «No los obligamos a hacer lo que no harían instintivamente», explica el director Supakorn Thanaseth.  Por eso «están menos enfermos, más tranquilos». Los riesgos de accidente debido al estrés del animal «han disminuido mucho» aunque los mahouts conservan un gancho para casos de emergencia. 

ChangChill espera ser rentable en la temporada alta, pero solo podrá recibir unos 40 turistas diarios y acoge a solo seis elefantes.  Una gota de agua. Tailandia cuenta con casi 4.000 individuos en cautiverio y su número ha aumentado un 30% en 30 años.

Reintroducirlos en su hábitat natural no es posible por falta de espacio y podría desencadenar conflictos con las personas, señala la autoridad turística tailandesa.  Los expertos estiman que hay que organizar el sector, que carece de regulación. Pero las autoridades no parecen tener prisa por poner orden en este lucrativo negocio.

Un informe de asociaciones de defensa de los derechos de los animales preconizaba el año pasado un control más estricto de los elefantes cautivos.  Una vez «domesticado», el animal es considerado como simple ganado según la ley tailandesa, a diferencia de los elefantes salvajes, que sí están protegidos.

(Agence France-Presse)

 

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