VIAJE CULTURAL
Un viaje histórico en el “Tren de Felipe II” de Madrid al Escorial
Uno de los imperdibles en las afueras de Madrid espera en una excursión con mucho de historia. Un viaje exquisito en tren para conocer El Escorial.
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Por Flavia Tomaello (*)
Un tren histórico turístico que une Madrid y El Escorial, donde los viajeros pueden disfrutar del patrimonio cultural que presenta el destino, todo ello, evocando un viaje a bordo de un convoy histórico de los años cuarenta: el Tren de Felipe II.
Cuando Felipe II levantó el Monasterio se propuso en un principio que fuese un edificio en el que se acogiesen los restos mortales de su padre, Carlos V, y de la familia real. Para su custodia y sufragios, puso una comunidad de monjes jerónimos que elevasen sus preces a Dios en acción de gracias y en súplicas por el eterno descanso de la familia real. Poco a poco, según se fue levantando el edificio, se fueron forjando nuevos objetivos, como ser residencia real, centro de cultura, seminario de estudios, talleres de oficios, hospedería, hospital… Y todo bajo un común denominador: “que todo estuviese bajo razón”. Sin olvidar que la razón debía de estar en conformidad con la fe, tal como la exponía Trento.
Los monjes jerónimos, durante casi tres siglos, fueron el alma de este gran cuerpo. Con la malhadada desamortización de Mendizábal, desaparecieron los monjes y, durante medio siglo, el Monasterio padeció de esclerosis múltiple. Gracias a la intervención de san Antonio María Claret, durante 9 años, y la llegada de los agustinos en 1885, se logró salir de ese marasmo y se dio nueva vida a este monumento. Hoy, 42 religiosos agustinos siguen siendo el alma de este edificio, siempre fieles a las pautas establecidas por Felipe II: buscar en todo la armonía entre razón y fe, cultura y religión.
La comunidad de frailes agustinos está integrada por sacerdotes y por religiosos jóvenes en periodo de formación, que ya han emitido los votos temporales en la Orden de San Agustín. Viven también con nosotros los niños de la Escolanía. La casa es atendida por el suficiente personal de servicio, que hace posible la buena marcha de este Monasterio. Para comprender El Escorial hay que verlo y vivirlo despacio y sin prejuicios. Este cuerpo inmenso tiene un alma, a la que se llega principalmente viviendo dentro.
Esta experiencia que combina tren y monumento, ambos joyas de la cultura española, es una de las alternativas imperdibles que propone el programa Stopover Hola Madrid de Iberia, una opción para que si se hace una escala en Madrid, se pueda permanecer hasta 6 días sin costos adicionales de vuelo y, además, con una serie de ofertas especiales y beneficios. Entre ellos, un viaje histórito hacia el mítico Escorial.
Racionalidad religiosa
Casi todos los historiadores están de acuerdo: la construcción del Monasterio de El Escorial se debe a una promesa que hizo el Rey –Felipe II– a la divinidad, al comprobar consternado cómo durante la batalla victoriosa de San Quintín se había profanado y destruido un convento de monjas, y eso precisamente el día en que la Iglesia celebraba a un mártir español, San Lorenzo, lo que suponía –para el rey– otro agravio añadido. Pero puede que haya otro motivo: la magnificencia con la que está proyectada la obra desde el principio, nos está hablando de la personalidad de Felipe II: la firme creencia de su propia grandeza. Es muy posible que el proyecto estuviera en la mente de Felipe II antes de la batalla de San Quintín y que hiciera partícipe del mismo a su padre el emperador Carlos V.
Todo ello arrancó de su última etapa en los Países Bajos. Decidido a emprender aquella magna obra, lo primero que hizo Felipe II fue recabar información: quería saber cuáles eran las edificaciones religiosas más grandes de Europa, para sobresalir por encima de ellas; para ello envía a su arquitecto regio, Gaspar de la Vega, para que recorra toda Europa y recabe todo tipo de noticia.
Un tema de mayor importancia: el estilo en que había de edificarse el monasterio. Superado ya el gótico, el rey se inclina por un clasicismo sobrio por lo que había que elegir un arquitecto capaz de plasmar las ideas del Rey. Felipe II piensa en Juan Bautista de Toledo , tan vinculado a la gran figura de Miguel Ángel, bajo cuyas órdenes había trabajado como aparejador. Y, desde los Países Bajos, Felipe II designa ya a Juan Bautista de Toledo como el arquitecto del Monasterio de El Escorial. La designación la llevó a cabo en Gante, el 15 de julio de 1559, dos meses antes de regresar a España. Juan Bautista de Toledo muere en 1567 y es sustituido por Juan de Herrera, de ahí el nombre de “herreriano” que se da al estilo en el que fue construido el Monasterio.
Entre 1551 y 1554 se decide fijar la capitalidad de España en Madrid; en éstos años todavía no se ha elegido el lugar donde se levantará el Monasterio, pero sí se ha elegido la ORDEN RELIGIOSA que lo había de regentar, que no podía ser otra que la Orden de San Jerónimo, a la que tanta devoción tenían los Austrias hispánicos, habiendo elegido, Carlos V, para su retiro, el monasterio de dicha Orden en Yuste. El 23 de abril de 1563: se pone la primera piedra. En 1571 se instala, en la parte construida, la comunidad jerónima. 1574: se inicia la Basílica, que se terminará en 1582, al mismo tiempo que se comienza la Biblioteca. 13 de septiembre de 1584: se pone la última piedra.
Una obra olvidada no tarda en convertirse en una ruina, y eso Felipe II lo sabía muy bien, de ahí que procure asegurar el mantenimiento del Monasterio, incluso después de su muerte, con las cláusulas pertinentes en su testamento: “Iten, encargo mucho al Príncipe, mi hijo, y a otro cualquiera que por tiempo venga a suceder en estos Reinos, la casa y Monasterio de Sanct Lorenzo el Real y todo lo que le toca y tocare a aquella fundación, para que sea ayudada, mirada y favorecida…”
Grandiosidad silenciosa
El Monasterio de El Escorial no es sólo un edificio colosal para la devoción religiosa o para exaltar a la dinastía austríaca o borbónica española, es también un inmenso edificio en cuyas paredes hay valiosas pinturas al fresco –Tibaldi, Zuccaro, Luca Cambiaso, Lucas Jordan o Giordano–, o de las que cuelgan notables lienzos pintados al óleo –Navarrete “el Mudo”, Claudio Coello, El Bosco, Tiziano, Greco, Roger van der Weyden, Durero…– No podemos olvidar la escultura: el Cristo blanco de Cellini, las esculturas de los Leoni, los Reyes del Antiguo Testamento de Juan Bautista Monegro. El Escorial se convirtió en un taller para los artistas de la Europa católica y en un centro cultural de primer orden, ahora bien, con algunas importantes limitaciones, fruto de la propia formación de Felipe II: adora al Bosco, duda de Tiziano y rechaza al Greco. El Monasterio se irá enriqueciendo con el paso de los años y de los diferentes reyes hasta nuestros días.
Los monjes jerónimos son expulsados del Monasterio de El Escorial en 1837 como ocurrió con tantas órdenes religiosas en España: en ese momento había ciento cincuenta religiosos. Sólo quedan dieciséis, amigos íntimos del último prior, que conseguiría el cargo de abad y presidente de la Real Capilla. Quedaron como capellanes para el cumplimiento de las cargas de fundación. En 1838, ya no vivía nadie en él. Hacia 1854 hay un intento de restaurar la Orden jerónima, pero sólo se apuntan doce monjes, bajo la obediencia del P. Jerónimo Pagés. Un decreto del Gobierno del 11 de septiembre de 1854 disolvía definitivamente la Orden. Nuevamente se establecen los Capellanes Reales.
La reina Isabel II intenta remediar la situación en el Monasterio nombrando a su confesor san Antonio María Claret al frente de una nueva corporación eclesiástica, entre 1859 y 1868. Resultó extraordinariamente bueno este período para la conservación del edificio y restauración de las instituciones, con la reapertura del seminario y la creación de un colegio. En 1869, se hacen cargo del Monasterio los escolapios; en 1875 vuelve el P. Pagés y un grupo de capellanes hasta que en 1885 es entregado a los agustinos.
El rey don Alfonso XII decide encomendar el Monasterio a una Orden religiosa, como único medio para cumplir con los fines fundacionales. Comunica su deseo al Nuncio, Mons. Rampolla y éste indaga y gestiona buscando la Orden apropiada. Dada la inestable situación política, era imprescindible una congregación que tuviera misiones en Filipinas, respetadas por razones de Estado, y que estuviese en condiciones al mismo tiempo de cumplir las obligaciones culturales que El Escorial exige. Rampolla apreciaba a los agustinos y tenía amistad con el P. Tomás Cámara. Se dan los primeros pasos a fines de 1884, siendo Comisario Provincial el P. Manuel Díez González, más tarde Comisario Apostólico. La Provincia de Filipinas acepta el ofrecimiento el 4 de junio de 1885 y el 1 de julio se hacen cargo del Monasterio de El Escorial.
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