SANTA BÁRBARA DE SAMANÁ / ECOTURISMO
La cara desconocida de República Dominicana
A orillas del Atlántico, Samaná ofrece un refugio de paraísos naturales y una apuesta por un turismo menos masivo y sostenible. Fotos
Vista de la Playa Bonita en la península de Samaná, República Dominicana. Foto: Miguel Raquel / dpa [ Ver fotogalería ]
Por Raquel Miguel (dpa)
Grandes complejos hoteleros, fiesta desenfrenada, alcohol, bachata y playas paradisíacas de arena blanca y palmeras llenas de turistas: ésa es la imagen más extendida de la República Dominicana, debido sobre todo al crecimiento descontrolado del turismo barato del «todo incluido» en enclaves como Punta Cana o Playa Bávaro.
Pero muy cerca, también en la costa este del país, un poco más al norte, una lengua de tierra de poco más de 850 kilómetros cuadrados se interna en el Atlántico ofreciendo un refugio de paraísos naturales y una apuesta por un turismo menos masivo y más sostenible, respetuoso y más integrador con la vida y la cultura locales: la península de Samaná.
A alrededor de dos horas por carretera de la capital dominicana, Santo Domingo, en dirección noreste, se llega a su centro neurálgico, Santa Bárbara de Samaná, una pequeña ciudad donde comienza a sentirse la vitalidad y el trasiego de la población dominicana, y que en los últimos años se ha convertido en destino favorito de un tipo de turismo muy particular: los observadores de ballenas.
Y es que entre los meses de enero y marzo, la bahía es uno de los lugares del mundo con mayor probabilidad de ver, observar y estudiar a la ballena jorobada. Tras pasar un verano (boreal) en las aguas frías pero ricas en alimento del Atlántico Norte – Groenlandia, Islandia, Noruega o Canadá- y recorrer hasta 6.000 kilómetros, miles de ejemplares vuelven cada año a la bahía de Samaná, que por diversos motivos no del todo esclarecidos y rodeados de un cierto misterio, es uno de sus favoritos del mundo para buscar pareja, aparearse y dar a luz.
«En ningún otro lugar del planeta pueden observarse tan bien las ballenas jorobadas como aquí», explica la activista canadiense Kim Bedall, de 55 años, una instructora de buceo que tras su llegada a Samaná en 1983, se quedó tan impresionada, que desde entonces se dedica al seguimiento, observación y estudio de la ballena jorobada, y desde hace más de 20 años organiza excursiones documentadas para turistas.
Las aguas de Samaná son ideales para el apareamiento y también para dar a luz a los ballenatos, que ante la falta de una capa de grasa para afrontar temperaturas bajas, necesitan calidez durante las primeras semanas de vida. No son las especies más grandes de ballenas pero pueden ofrecer un auténtico espectáculo visual, porque los machos seducen a las hembras con sus acrobacias, casi imposibles de perderse en la bahía de Samaná.
Y el espectáculo es también auditivo, porque otra de sus características distintivas es su canto: las ballenas jorobadas cantan, bien para atraer a sus parejas, para marcar territorio y defenderse de competidores o para comunicarse con sus «familias». Además, cambian constantemente sus melodías, son especies creativas.
Las acrobacias y los cantos no sólo consiguen atraer pareja, sino que en las últimas décadas se han convertido en el principal objetivo del turismo en la región, lo que ha traído consigo también el aumento de la oferta. «Ahora hay que vigilar que todos los ofertores se comporten de forma respetuosa y controlar el crecimiento para no alterar la vida de las ballenas», explica Beddall.
Sólo quien acepta las normas puede ofrecer este tipo de excursiones, vigiladas también por miembros del Centro para la Conservación y Ecodesarrollo de la Bahía de Samaná y su Entorno (CEBSE), que viajan a bordo de barcos como el de Beddall para estudiar los movimientos de las ballenas, identificarlas, controlar la población y su crecimiento, mientras los turistas miran y fotografían sus movimientos.
«Además, es necesario para controlar la influencia de factores externos como la contaminación de las aguas, el posible cambio climático o el aumento de la presencia de embarcaciones y cruceros en la bahía», cuenta Bedall. Y es que el tráfico marítimo ha crecido en la zona, donde los atractivos no se limitan a la observación ballenera. Si Samaná está lejos de acoger un turismo masivo, no es precisamente porque le falten paradisíacas playas de arena blanca y palmeras.
Ejemplo de ello es Cayo Levantado, también conocido como «isla Bacardí», un islote de un kilómetro cuadrado situado a la entrada de la bahía que se hizo famoso en los años 80 por ser el escenario del anuncio publicitario de una marca local de ron. Sin olvidar la playa de las Galeras o la cercana playa Rincón, considerada una de las diez más bonitas del mundo, que puede disfrutarse sin los agobios del turismo masivo y donde puede comerse pescado y marisco recién capturado.
Otro paraíso junto al mar es playa Bonita, en el norte de la península y junto al municipio de las Terrenas, una franja donde el viento ha moldeado las palmeras que se asoman desde tierra extendiendo sus brazos al mar. En este municipio creado por franceses se han instalado algunos operadores turísticos que también apuestan por un turismo más ecológico, sostenible e integrado. Pero asimismo más individual y menos económico que en los reinos del «todo incluido».
Es el caso del hotel Balcones del Atlántico, que cuida aspectos como la gestión del agua o el desecho de las basuras y que al contrario que muchos complejos hoteleros, no cierra las playas a la población local. «Nos interesa realmente que los empleados se beneficien del desarrollo turístico y se impliquen en él», cuenta el español Pedro García, su director.
Desde las Terrenas, internándose algo más en la península, se accede a la localidad de El Limón, una región agrícola desde la que parten las excursiones al famoso salto del Limón, una cascada de 52 metros a la que se llega a caballo internándose en la selva. Las haciendas de partida y llegada ofrecen también la oportunidad de probar los guisos de carne típicos del interior peninsular y de aprender a cocinar y a degustar cacao puro.
Y para los amantes de la naturaleza, otra visita imprescindible es el parque nacional de Los Haitises -que significa «tierra alta»-, que la provincia de Samaná comparte con la provincia de Hato Mayor y de Monte Plata. Este laberinto de selva tropical es único por su fauna y su flora, así como por sus colinas o mogotes, de entre 30 y 40 metros de altura. Es imprescindible recorrerlo en barco para navegar por los estrechos canales entre los manglares -el parque acoge la mayor extensión de manglar caribeño- mientras se observan las aves autóctonas como el pelícano, la tijereta o la cotorra y se visitan las cavernas donde vivían los indígenas de la región.
Yo también pensaba de leer finalmente algunas realitades de samana, basura en todos lados, calles e contenes debaratados (hasta en la calle del tribunal que parece el mercado de malí en india), agua podrida en el malecon… Todo a vista por los turistas que bajando de un crucero de lujo encuentran nada atractivo, ni si quiera las playas sucias publicas de cayo levantado y barcos feos con marineros vestidos con trapos en lugar de limpios poloche del turismo dominicano….. Uff
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