PERÚ
Un fantástico bosque de piedras que llega hasta el cielo
Está considerado como una de las grandes maravillas naturales del Perú, aunque no es tan conocido como otros destinos.
Huayllay, un caprichoso bosque de piedras. Foto: dpa [ Ver fotogalería ]
Por Diana León Banda (dpa)
En este bosque las piedras toman el lugar de los árboles. Las formas caprichosas que se han ido esculpiendo con la erosión y el paso del tiempo en Huayllay, departamento peruano de Pasco, solo se dejan ver en una exhaustiva caminata entre 4.100 y 4.546 metros sobre el nivel del mar.
Huayllay es el bosque de piedras más alto del mundo y tiene una extensión de 6.815 hectáreas. Se encuentra a unos 300 kilómetros del noreste de Lima, en la parte central del Perú, y tiene la categoría de Santuario Nacional desde 1974. Está considerado como una de las grandes maravillas naturales del Perú, aunque no es tan conocido como otros destinos.
«El bosque de piedras tiene flora, fauna, pintura rupestre, zonas arqueológicas preíncas, cavernas, lagunas», relató la responsable de la oficina de información turística, Maruja Herrera, quien además es alcaldesa de Canchacucho, uno de los centros poblados que abarcan el bosque.
Un intenso frío seco se alterna con un sol a veces inclemente. Los intervalos entre una y otra temperatura, marcados por las nubes y el viento, guían el recorrido junto a un silencio total.
En la actualidad existen ocho rutas turísticas donde el viajero puede retar a su imaginación al tratar de identificar inmensas figuras antropomorfas y zoomorfas, formadas supuestamente por las piedras. La fantasía es esencial para completar las figuras y rellenar los vacíos dejados en algunas ocasiones por la realidad, una práctica que se equipara a la de encontrar formas concretas en las nubes.
Una de las imágenes más famosas es la de la alpaca, una gigantesca piedra que se asemeja al auquénido pastando en medio de la puna. Si en otros puntos hay discusión, en este hay consenso: La roca tiene un extraordinario parecido al animal. También se distinguen figuras muy parecidas a una cobra, un elefante o un caracol, entre otros.
En la zona también se puede practicar el turismo vivencial, pues el santuario abarca terrenos de comunidades campesinas. En Canchacucho, Elba Zevallos administra junto a su familia tres cabañas rústicas donde da alojamiento a los viajeros.
«Los visitantes quieren acampar y a veces nos les ha ido muy bien. A veces les da soroche (problemas físicos por la altura) o tienen mucho frío por la helada. Hemos pensado en cómo acomodar al turista, en cómo cobijarlos en una cabaña. Hemos hecho una choza de pura piedra», dijo a dpa Zevallos, quien vive en el lugar desde que se casó hace 28 años.
Por 20 soles (unos siete dólares), el viajero puede pasar la noche en una de las chozas y tiene derecho a pensión completa.
Por otro lado, existe un proyecto de la municipalidad de Huayllay (la cual abarca centros poblados como Canchacucho) donde se busca habilitar 20 bungalows para albergar a 120 personas, pero aún no se tiene fecha para la entrega de esta obra.
Cada año, en septiembre, se realiza el festival de Huayllay, un evento que combina la lectura mística de hojas de coca, competiciones de escalada en rocas, ciclismo de alta montaña y motocross, un tradicional rodeo andino y conciertos musicales a cargo de grupos nacionales e internacionales.
Sin embargo, para Herrera, la sobrecarga de gente causa un gran impacto en el santuario. Cada año pueden llegar hasta 22.000 personas, la inmensa mayoría de ellas provenientes de ciudades vecinas, como Cerro de Pasco, lo que genera contaminación ambiental, más ruido y en general potenciales perjuicios para el entorno.
No obstante, los pobladores de la zona se entusiasman con el festival, promovido por la municipalidad de Huayllay, pues es un generador de divisas en una zona pobre, en la que los habitantes se mantienen de la producción de maca (un tubérculo andino) y de proyectos mineros.
Esta maravilla pétrea fue hace unos 300 millones de años un fondo marino, según estudios geológicos regionales. En su complejo proceso de formación también albergó una etapa volcánica, por lo que el 90 por ciento de sus rocas tienen ese origen.
Los empinados y laberínticos recorridos por el santuario juegan con la mente de los visitantes mientras éstos intentan identificar las formas de las rocas. Asimismo, el paisaje serrano imprime una sensación de calma y tranquilidad.
Se estima que al año unos 7.000 turistas -cifra que no incluye a quienes visitan el festival- recorren los caminos del bosque de piedras, un lugar que, según los expertos en turismo debería gozar de una mayor exposición y ser incluido en los tours clásicos en el Perú.