Colores de Malasia

En este lejano reino asiático, existe una estrecha simbiosis entre lo tradicional y lo moderno. Fotos.

En la calle Jonker de la antigua ciudad portuaria de Malacca se pueden saborear platos de todo el mundo. Foto: Tourism Malaysia/dpa [ Ver fotogalería ]

Por Michael Juhran (dpa)

En el centro de Kuala Lumpur se despiertan recuerdos del sambódromo de Río de Janeiro. La Plaza Merdeka, situada directamente enfrente del campanario del palacio del sultán Abdul Samad, está bordeada de tribunas para el público. Entre ellas desfilan durante tres horas unos 7.000 festivaleros vestidos con ropa multicolor. Además de trajes y bailes tradicionales, el desfile se caracteriza por los carros alegóricos y una música muy alegre.

Aunque muchas cosas se parecen al modelo brasileño, hay claras diferencias entre el festival «Colours of Malaysia» (Colores de Malasia) y el carnaval de Río de Janeiro. En Kuala Lumpur el festival está organizado por el Ministerio de Turismo y la fiesta no es tan pomposa como en la ciudad portuaria brasileña. En vez de Escuelas de Samba, en el festival de Kuala Lumpur actúan principalmente alumnos y estudiantes. Y en vez de la piel desnuda, el festival malasio rinde tributo a una cultura multiétnica basada en la tolerancia. A veces, el desfile deriva en un acto de publicidad para zapatos o tiendas comerciales, aunque ello no perturba demasiado la impresión general.

Los jóvenes participan con entusiasmo y cautivan al público. Una y otra vez, los grupos de baile y música se detienen frente a la tribuna principal para imitar escenas de la historia y el presente del país asiático. Al término del desfile comienza en la Plaza Merdeka un concierto con la participación de la estrella de rock nacional Ella. El pop, el hip hop o cualquier otro tipo de música actual enciende la pasión de los participantes jóvenes. La gente baila y da gritos de júbilo; el visitante europeo se pregunta si realmente está en un país marcado por el islam.

Hacia la medianoche, cuando la fiesta en la calle se va apagando poco a poco, numerosos participantes se dirigen a los clubs que están de moda en la ciudad. El destino más popular es el «Sky Bar» en el hotel «Traders». La gente baila en un ambiente eufórico alrededor de la piscina situada en el centro del bar. Con el cóctel en la mano se pueden admirar las vecinas Torres Petronas, que de noche brillan en la luz de los reflectores.

Una pareja joven sabe cómo conseguir, sin hacer cola, las codiciadas entradas para el Sky Bridge. Al día siguiente, nos encontramos a la entrada de las Torres Petronas, que fueron los edificios más altos del mundo entre 1998 y 2003. Con una velocidad vertiginosa, el ascensor catapulta a los visitantes hacia una altura de 170 metros, donde las dos torres están unidas por un puente desde el cual se tiene una vista panorámica impresionante.

La altura ofrece una buena impresión de esta metrópoli de 1,5 millones de habitantes. Los alminares de las mezquitas, las pagodas chinas y los templos hindúes se alternan con los rascacielos de bancos internacionales, y siempre se ven parques verdes que dan un toque de color a la ciudad.

En la metrópoli existe una estrecha simbiosis entre lo tradicional y lo moderno. Hace tiempo que Kuala Lumpur se ha convertido en un centro financiero internacional. El producto interior bruto ha aumentado desde 1970 en más de un 6.000 por ciento y el ingreso per cápita alcanza ya unos 10.000 dólares (unos 7.600 euros) al año.

Este progreso también se refleja en la vida cotidiana: a los jóvenes les gusta reunirse en restaurantes elegantes y en los gigantescos templos comerciales situados al pie de las Torres Petronas, donde se pueden comprar artículos de lujo de Gucci hasta Ferragamo y donde prácticamente se puede encontrar todo lo que tiene prestigio en el mundo de la moda.

Más modesta es la vida en la «Venecia del Este», la antigua ciudad portuaria de Malacca. Aquí, la bicicleta sigue siendo uno de los principales medios de transporte, y también los turistas circulan en los coloridos trishaw (triciclos) por los callejones del casco viejo de la ciudad.

Se respira historia cuando uno camina por la calle Jonker y entra en una de las casas estrechas pero increíblemente altas de la época colonial holandesa. Olores de tiempos muy lejanos se han incrustado en la madera de venerables hoteles y pensiones. Las enormes cantidades de pimienta que los chinos, los árabes, los indios y, más tarde, los portugueses, los holandeses y los británicos compraban aquí todavía hoy pican en la nariz.

El comercio de especias, té, seda, opio y tabaco convirtió a Malacca en una ciudad floreciente hace 500 años, aunque también despertó la codicia de potencias coloniales europeas. Las ruinas de la fortaleza portuguesa A Famosa, el Stadthuys (ayuntamiento) holandés o Chinatown, con sus templos chinos, invitan a ser explorados. En este crisol multicultural existe una amplia oferta de restaurantes de diferentes nacionalidades. Y cuando uno termina la noche con un viaje en barco por el río Malacca resplandecen nuevamente en la luz de los reflectores los colores de Malasia con los que artistas han embellecido las fachadas de las casas.

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