Singapur, una ciudad con cuatro culturas

Con una superficie total de unos 715 kilómetros cuadrados, Singapur no deja mucho margen para animosidades religiosas.

Visitar la "pequeña India (Little India")es toda una experiencia. [ Ver fotogalería ]

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Mientras que uno se pregunta cómo es posible que un centro comercial entero huela a pachuli, el guía turístico, Daniel, ya nos está llamando para salir. «Ahí«, dice con un amplio gesto señalando el caos vial, «después de pasar este cruce comienza Little India«. Para convencer a los escépticos brilla sobre la calle un elefante monstruoso hecho de miles de bombillas de todos los colores.

Después de unos puestos donde se venden bufandas de pashmina, joyas de oro y almohadas, el camino en la «pequeña India» lleva a un diminuto museo con ambiente de patio. Fotos en blanco y negro muestran los inicios del asentamiento.

«La vida comenzó en el Singapore River«, explica Daniel, porque allí desembarcó en 1819 Sir Stamford Raffles. Este británico, que creó un puesto comercial lucrativo, es considerado como el fundador de la metrópoli moderna. «Todos somos inmigrantes», dice con un aire de orgullo Daniel.

Efectivamente, las tres cuartas partes de la población de la ciudad-Estado, de cinco millones de habitantes, son chinos, el 14 por ciento son malayos, el nueve por ciento indios y el resto son personas que pertenecen a otros grupos étnicos. En prácticamente ninguna otra ciudad del mundo conviven en un espacio tan pequeño las culturas más diversas.

En los escaparates se amontonan objetos de devoción religiosa. Estamos cerca de templos. Entramos en uno con una cadena de flores para los dioses. Los templos, las mezquitas y las iglesias muchas veces están muy juntos. Con una superficie total de unos 715 kilómetros cuadrados, Singapur no deja mucho margen para animosidades religiosas.

Seguimos hacia Kampong Glam, el barrio musulmán. En el camino se van extinguiendo los sonidos de la música de Bollywood. Los saris se convierten en velos islámicos. Las sastrerías y los oasis de wellness ceden su lugar a mesas blandas con narguiles y el aroma de té de menta recién hecho. Al final de la calle Arab Street, la mezquita del Sultán alza al cielo su cúpula dorada en medio de alminares irisados.

Siguiente parada del viaje por las aldeas de Singapur: Chinatown con su aroma de cilantro. En el restaurante, un gato dorado de la suerte saluda con el brazo. Entre paredes de rojo vivo, espejos con marcos dorados, orquídeas de color lila y los obligatorios lampiones consumimos una sopa aromática que solo merece un calificativo: picante. En la mesa vecina, la cocinera come cacahuetes y nos ofrece algunos con una ancha sonrisa.

Sin embargo, afuera, entre fundas para celulares, perfumes de imitación, bálsamo de tigre y serpientes maceradas espera la siguiente excursión exploratoria, esta vez con Katherine. Mientras va caminando rápidamente al frente, la guía turística musulmana da información sobre el Chinatown de los siglos XIX y XX, sobre prostitución, asesinatos y opio.

Tenemos que quitarnos los zapatos: hemos llegado a otro templo. Cantos de monjes e incienso envuelven estatuas de Buda y donaciones de comida. Un viaje en taxi acuático hacia Marina Bay ofrece un sinfín de impresiones sensoriales. Las orillas están flanqueadas por edificios coloniales.

De regreso a Chinatown, Erich ofrece en un puesto chucrut, salchichas fritas y otras especialidades alemanas. Erich lleva 17 años viviendo en el crisol de razas que es Singapur, donde sigue defendiendo las tradiciones de la gastronomía germana.

 

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