ALEMANIA / MEDIOAMBIENTE
El vino cambia de sabor por culpa del cambio climático
Dentro de unas décadas, el vino sabrá diferente. Los gases causantes del efecto invernadero inciden en el crecimiento, floración y cosecha de las uvas.
Según los expertos, los gases causantes del efecto invernadero (CO2, metano y óxido de nitrógeno, entre otros) inciden también en el aumento global de las temperaturas. Y esto hace que el crecimiento, floración y cosecha de las vides se adelante mucho. Foto: dpa [ Ver fotogalería ]
Por Fredrick von Erichsen (*)
El aumento global de las temperaturas determina que las uvas maduren más rápido. Algunos viticultores creen que éste podría ser uno de los beneficios del cambio climático, pero podría haber un error de cálculo. Y eso es lo que pretende averiguar un equipo de investigadores alemanes, que llevan un año estudiando cómo afecta el CO2 a las vides mediante el proyecto Free Air Carbon Dioxide Enrichment.
La Universidad de Geisenheim analiza las consecuencias del aumento
de dióxido de carbono. Para ello, expone artificialmente a las vides a una mayor concentración de este dañino gas, que se reparte
por la plantación de manera equitativa gracias a unos ventiladores. El aire cuenta así con un 20% más de CO2, lo que simula las condiciones a las que se expondrán las vides en un futuro.
“Queremos saber cómo sabrá el vino dentro de 35 años”, explica Claudia Kammann, coordinadora del proyecto. Hasta entonces, la proporción de CO2 en el aire podía elevarse a entre 480-500 ppm (partes por millón) frente a las 400 ppm actuales, lo que supone un 20% más. Cuando el ser humano comenzó a practicar la agricultura, la concentración de dióxido de carbono en el aire era de sólo 280 ppm.
Según los expertos, los gases causantes del efecto invernadero (CO2, metano y óxido de nitrógeno, entre otros) inciden también en
el aumento global de las temperaturas. Y esto hace que el crecimiento, floración y cosecha de las vides se adelante mucho. Así, el peso del mosto de la uva, un importante indicador de su madurez, también se ha incrementado notablemente.
Ahora en los viñedos alemanes hay Cabernet Sauvignon o Merlot,
variedades autóctonas de los países mediterráneos. La hipótesis es la siguiente: aunque el CO2 adicional puede resultar conveniente para el crecimiento de las vides –a través de la fotosíntesis, aumenta su biomasa, como sucede con los tomates en los invernaderos–, esto puede cambiar la concentración de nutrientes en la uva. Con frecuencia, disminuye el nitrógeno.
Aunque el aumento del peso del mosto haga creer a algunos que los viticultores podrían beneficiarse con el cambio climático, lo cierto es que los veranos serán cada vez más secos –2015 es un claro ejemplo–, generando estrés en el equilibrio hídrico de las vides. Esto significaría pérdidas cuantitativas y también cualitativas: si escasean el agua y las noches frescas, el Riesling acabaría perdiendo su característica acidez y sabor frutal, como ya ocurrió en la cosecha de 2003.
Además, la rápida maduración de la uva hace que precisamente el Riesling, la famosa variedad blanca de la región del Rin, sea más propensa a los hongos en caso de humedades. “Aún no sabemos lo suficiente sobre cuáles son las consecuencias del cambio climático sobre la vid, pero sí hay algo seguro: dentro de unas décadas, el vino sabrá diferente”, apunta Kammann.
(*) dpa / Publicado en la edición impresa de Diario PERFIL