Los encantos de Palermo: mercados, arte y comidas callejeras
Con mercados y callejones, éste, que fue el escenario de algunas escenas de «El Padrino», aún conserva su dignidad y grandeza. Sabores callejeros y vistas deslumbrantes. Fotos.
La tosca ciudad portuaria está en su momento más activo, con luces que iluminan los callejones laberínticos, mercados que llevan alegría incluso a los palermitanos más pendencieros y restaurantes familiares que sirven comida tradicional siciliana. Fotos: Cedoc Perfil [ Ver fotogalería ]
Por Ingrid K. Williams (The New York Times / Travel)
Palermo es una ciudad marcada por conquistadores, y cada iglesia barroca y fachada normanda recuerdan prósperas eras previas. Aunque muchos de los hitos arquitectónicos de la capital siciliana están deteriorados, entre las grietas hay indicios de progreso gracias al incipiente arte contemporáneo y los restaurantes progresistas. La tosca ciudad portuaria está en su momento más activo, con luces que iluminan los callejones laberínticos, mercados que llevan alegría incluso a los palermitanos más pendencieros y restaurantes familiares que sirven comida tradicional siciliana.
La primera prueba de que lo barroco puede convivir con lo contemporáneo es Quattro Canti, una intersección histórica con fuentes recargadas y estatuas de mármol. Ahí, a sólo unos pasos, se ubica la Galería Francesco Pantaleone, un espacio de paredes blancas que presenta muestras conceptuales de estrellas nacientes del arte italiano. La yuxtaposición continúa con las exhibiciones de vanguardia del Palazzo Riso, un hermoso edificio del barroco tardío cuya restauración resultó en la casa del Museo de Arte Siciliano Contemporáneo (admisión: 6 euros).
Pero la diferencia de edad entre las paredes y las obras de arte es más pronunciada en la Galleria d’Arte Moderna (GAM), que se mudó a un complejo de estructuras interconectadas. Los serpenteantes callejones del distrito de Capo, sede de un famoso mercado, conducen a Percia Sacchi, un restaurante que sirve menús tradicionales. Por ejemplo, crujiente sarde allinguate, especialidad palermitana de sardinas fritas (14 euros). Detrás de la verde extensión del Foro Itálico, el jardín de la ciudad, de casi 4 ha que miran al mar, enormes muros de piedra ocultan vida nocturna. Kursaal Kalhesa es un laberíntico complejo situado en un palacio espectacular con cavernosas salas de piedra que organiza regularmente presentaciones musicales y culturales.
Para el segundo día en la ciudad, reserve la Chiesa dell’Immacolata Concezione al Capo, un tesoro de arte barroco que fácilmente pasaría por alto. El sencillo exterior de esta iglesia del siglo XVII no da ningún indicio de la magnificencia que espera adentro: hermosos bajorrelieves, frescos deslumbrantes, estatuas de mármol y paredes incrustadas que resultan increíbles. Durante cuatro décadas, la familia Corona ha presidido Vini del Paradiso, una hostería casi espartana, decorada con fotos amarillentas de ex papas. Sólo ofrece almuerzos y la frecuentan familias multigeneracionales y grupos de hombres bien vestidos que parecen extras de una película de mafiosos. No hay menús, así que el propietario le sugerirá los especiales del día (para dos, 30 euros, sólo efectivo).
Nadie puede irse de Palermo sin probar la diversa comida callejera –desde las arancine (bolas de arroz fritas) hasta la «stigghiola» (intestinos asados)– y visitar el Palazzo dei Normanni, el palacio real. Los que visiten el lugar por primera deberían ir directamente a la Cappella Palatina, la dorada capilla de los reyes normandos (10 euros), para maravillarse con los mosaicos bizantinos. Para una prueba de que el canon de postres sicilianos va más allá de la cassata y el cannolo de ricota dulce, visite Pasticceria Cappello, detrás del palacio. No se pierda la torta setteveli, un pastel nativo de la ciudad con siete capas con sabor a chocolate y avellanas. O si prefiere los postres congelados, en Al Gelatone hay variantes artesanales, como granita de sandía, sorbetto de limón y albahaca y gelato de almendra tostada y pistacho al estilo siciliano, en un bollo.
La grandiosa fachada de piedra arenisca color ocre del Teatro Massimo, flanqueada por palmeras, resultará conocida a los cinéfilos: las escenas finales de The Godfather Part III se filmaron en las escalinatas. Una restauración de cinco años del Palazzo Branciforte, del siglo XVII, transformó este hito caído en desuso en un impactante centro cultural (admisión: 7 euros). Lo más impresionante es el Monte di Santa Rosalia. Podrá despedirse de la ciudad en Antico Caffè Spinnato, una cafetería histórica sobre una calle peatonal. No se olvide de los cannoli.