DESTINOS / GRECIA

Redención en lugar de playa: La República Monástica griega del Monte Athos

Parece un típico balneario del Mediterráneo: tabernas, arena y deportes acuáticos. Pero Uranópolis es la ciudad más cercana y puerto hacia los monasterios de la «república monástica» del Monte Athos.

Vista aérea de Uranópolis desde donde parten los ferris con destino a la república monástica Athos. [ Ver fotogalería ]

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A primera vista Uranópolis parece un típico balneario griego del Mediterráneo: tabernas tradicionales, playas de arena y muchos deportes acuáticos. Pero entre los colchones inflables y las tarjetas postales de las tiendas de souvenirs, ya desde temprano en la mañana se ve a grupos de hombres vestidos de negro, muchos de ellos con barbas largas. Uranópolis es la ciudad más cercana y puerto hacia los monasterios de la república monástica del Monte Athos. Allí viven desde hace siglos monjes ortodoxos apegados a estrictas reglas. Las mujeres tienen la entrada prohibida, mientras que fieles de otras religiones también tuvieron prohibido el acceso durante largo tiempo. Y sólo se concede un permiso para el ingreso de hasta diez extranjeros por día, el denominado «diamonitrion», que debe tramitarse con anterioridad en una oficina de peregrinación en Uranópolis.

Quien no se sienta intimidado (y es del sexo masculino), el viaje de casi dos horas en barco será recompensado con excepcionales vistas de la escarpada costa de la península y del monasterio, protegido como un castillo por altos muros y torretas. El Monte Athos domina el paisaje con sus más de 2.000 metros de altura y se eleva por encima de la república monástica, de donde toma su nombre. Todos los monasterios hacen un voto de hospitalidad y alojan gratis por hasta tres noches a peregrinos y huéspedes curiosos. Después están obligados a abandonar la república semiautónoma. Hay contados visitantes extranjeros que renuncian a unos días de playa y visitan la montaña sagrada con cierta regularidad, una y otra vez, como Sven Schramm. «Cada monasterio es diferente y cada monje tiene su propio carisma«, dice.

En el monasterio de Dionisio, en la costa oeste, los pocos visitantes llegan con poco equipaje y pasan la noche en una pequeña habitación, dotada con lo más elemental. Es cuando uno siente la soledad por primera vez. La única cita firme es un servicio religioso junto a los monjes. Durante la cena nadie habla y un monje lee textos religiosos. Quien quiera puede contemplar junto al abad las reliquias sagradas del monasterio. En un cofre se puede ver los supuestos huesos de la mano de San Juan Bautista y hasta una pieza de madera que, según la leyenda, proviene de la cruz en la que Jesucristo fue clavado. El momento culminante de una vista a Athos llega un poco de sorpresa para el turista poco experimentado: a las cuatro de la mañana un monje recorre el monasterio con una vara de madera, realizando un llamado rítmico para la oración matutina. En la oscura cripta los monjes cantan versos religiosos, mientras el incienso se dispersa en el aire. Cuando los fieles salen, los recibe la salida del sol. Poco después viene el barco y devuelve a los visitantes al mundanal ruido del balneario de Uranópolis. Una verdadera lástima.

 

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