GRECIA
Los mil y un encantos de la mitológica Creta
Rendido por la belleza del mar Egeo, el áspero y combativo escritor estadounidense Henry Miller le dedicó a la isla de Creta su prosa más emotiva.
Tras unas vacaciones en grecia, el escritor norteamericano publicó El coloso de Marusi, un relato que es una invitación a la sensualidad del mediterráneo. Su mirada literaria ácida se vuelve emotiva en contacto con el sol radiante y el azul resplandeciente de Creta. Fotos: Diario Perfil [ Ver fotogalería ]
Por David Shaftel (*)
En sus primeras vacaciones de verdad, en 1939, Henry Miller fue a Grecia, a los 48 años, sin hacerse ningún problema por su ignorancia del mundo clásico. Experiencia que describió en El coloso de Marusi, su exuberante relato de su viaje de nueve meses por Grecia. A Miller se lo asocia con Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio, las novelas escritas en los años 30 en París que se hunden en experiencias sexuales autobiográficas, pero Coloso siempre fue de culto. En él, la prosa lírica pero indisciplinada de Miller está domesticada por la estructura frontal de una novela de viaje.
Cuando los nazis se abalanzaron sobre París, Miller llegó a la isla griega de Corfu para visitar al novelista británico Lawrence Durrell. Gracias a él, Miller, que estaba quebrado pero disfrutaba al fin del reconocimiento de la crítica, se codeó con la generación griega de los 30, un grupo de artistas y escritores cuyos trabajos evidenciaban los traumas de la Primera Guerra y el posterior conflicto griego con Turquía. Puedo imaginar a Miller, un hábil orador, tomando retsina –una barata versión local del vino blanco– con el pintor Nikos Hadjikyriakos-Ghika y los poetas Giorgos Seferis y George Katsimbalis, este último el “coloso” del título del libro.
Haciendo la plancha en su desconocimiento de los clásicos griegos, el prisma con el que siempre se juzgaba –y se juzga– esa cultura, Miller nunca había leído a Homero y pasó la Acrópolis de largo. “No me gustan las cárceles, iglesias, fortalezas, palacios, bibliotecas, museos y estatuas públicas dedicadas a los muertos”, escribió. Prefirió una respuesta emocional e instintiva hacia lo que lo rodeaba, interactuar con los locales en vez de ajustarse a itinerarios rígidos. Los lujuriosos paisajes de Grecia, con sus intensos verdes y azules, eran –según Miller– “lo que usted quisiera que fuese este planeta si existiera la justicia”.
La Creta que conoció Miller no era un destino turístico pleno en la cúspide de la guerra, sino un remanso que le traía a la memoria “los borradores de las novelas de Dickens, un mundo cojo iluminado por la luna hastiada: una tierra que había sobrevivido a cada catástrofe y que ahora palpitaba con pulso sanguíneo, una tierra de búhos, garzas y locas reliquias, como esos marineros que devuelven las orillas extrañas”.
Hoy, playas congestionadas y manadas de turistas caracterizan a Creta, al menos en temporada alta. Pero con mínimo esfuerzo pueden encontrarse playas y tabernas lejos de los amontonamientos. En la víspera de la Segunda Guerra, Miller creyó haber encontrado ese lugar. Buscando algo de la tranquilidad que él experimentó, fui a Metohi Kindelis, un bed & breakfast en el interior de la ciudad amurallada de Chania, con vestigios venecianos en el faro y el puerto pintoresco.
Creta estuvo en manos de Venecia durante 400 años hasta que los otomanos llegaron en 1669, para quedarse dos siglos. La isla no fue oficialmente griega hasta 1913. Miller estuvo en Heraklion, la capital, y las ciudades antiguas de Knossos y Phaisots, pero omitió Chania, a la que se refiere como “un verdadero laberinto, una imagen de Venecia en andrajos” en el ensayo Primeras impresiones de Grecia.
La dueña de Kindeli, arqueóloga, resultó ser una fanática de Coloso…: “Henry Miller fue muy leído en mi generación. No presentaba Grecia en forma romántica, la más habitual”. Heraklion, a dos horas de Chania sobre el norte de la isla, no lo impresionó: “Un carbunco en la cara del tiempo, una ciudad confusa, anormal, heterogénea, un espacio onírico suspendido entre Europa y Africa, oliendo a piel salvaje y frutas tropicales”.
Heraklion, la cuarta ciudad de Grecia, mayormente construida luego de la Segunda Guerra, carece del aspecto antiguo de Chania pero se ve más auténtica, con cafés y plazas alineadas por palmeras en torno a fuentes turcas y venecianas. Como la mayoría de las ciudades griegas, es un laberinto de angostos callejones zigzagueantes. Quise identificar una antigua mezquita que, según Miller, en 1920 se había convertido en un cinematógrafo donde vio películas de Laurel & Hardy y ese lugar sólo podía ser la Iglesia San Tito, dedicada al santo patrono de Creta, del credo ortodoxo griego.
En la época de Miller, Heraklion era una ciudad pequeña y las ruinas del palacio minoico de Knossos (1900 a.C.) quedaban en el campo. Hoy que la capital de la isla se ha expandido tanto, los 17.000 m2 de la residencia real están en las afueras de la capital. A comienzos del 1900, el arqueólogo británico Arthur Evans no sólo excavó el palacio sino que emprendió una muy cuestionada reconstrucción añadiendo techos, paredes coloridas y estructuras con escaso rigor histórico, presumiendo cómo habría sido originalmente.
Miller dedicó unas líneas al trabajo de Evans: “Le agradezco lo que ha hecho”. Las especulaciones de Evans recuerdan a los visitantes que la antigüedad no vivía en un mundo monocromático. A Miller le sugerían “el esplendor, la salud y la opulencia de una gente pacífica y poderosa”. Las ruinas de Phaistos, sobre un peñasco en la costa sur de Creta, miran al Mediterráneo. A este otro vestigio de la Era de Bronce se accede desde Chania, tras dos horas de manejo por dramáticas carreteras ventosas de montaña. A diferencia de Knossos, este lugar debe reconstruirse como un rompecabezas: lo único que queda son débiles huellas de un antiguo complejo. Esta es la Creta que según Miller “calla la mente, incluso el pensamiento”.
El calor allí tiene un efecto sedante. Según la mitología, Phaistos era el sitio del rey Radamanthis, hermano del rey Minos, el primer rey de Creta, hijo de Zeus y Europa. Las ruinas miran a campos y, tras ellos, cielo y mar. La naturaleza era el dios de Miller y escribió que en Phaistos tuvo “una fuerte intuición” y quiso “caminar desnudo, salir corriendo y saltar hacia el azul”. Para él, Phaistos era “la fortaleza femenina de la familia minoica”. Se sabe que la cámara de la reina era más pequeña, pero el rigor histórico de todos modos, no le hubieran hecho cambiar de idea. Por eso no sorprende la afinidad de Miller con Evans: no permitirían que el hombre interfiera con su disfrute de Creta.
(*) The New York Times / Travel
GEOLOCALIZACIÓN