Tres días en Santo Domingo, tierra de la bachata

Ingenios que hoy son campos de pastoreo; playas cercadas por Trujillo, ahora abiertas al público, y esa música del bajo que ya es emblema nacional. En República Dominicana todo puede cambiar.

ZONA COLONIAL. Es la parte original de la primera ciudad que fundaron los imperios europeos en América. Desde 1990 es Patrimonio de la Humanidad. Los restaurantes y hoteles están sobre las calles El Conde y Las Damas. [ Ver fotogalería ]

 

Por Nell McShane Wulfhart (*)

A menudo pasada por alto en favor de centros vacacionales de playa como Punta Cana o Puerto Plata, Santo Domingo es una ciudad que merece más atención. Su intensa vida nocturna –con bachata constante– y su ubicación idílica en el Caribe son apenas dos de los elementos destacados. Los impactantes edificios centenarios, las boutiques de la Zona Colonial, una nueva franja de restaurantes elegantes y la acogedora actitud de los capitalinos son sobrados motivos para hacer de la ciudad más que una parada de tránsito camino a la playa.

 

Día 1. Iniciación cultural y milhojas de concón

Empiece en la extensa Plaza de la Cultura. Sáltese el Museo de Historia Natural, con sus empolvadas instalaciones de taxidermia, para dirigirse al Museo del Hombre Dominicano. Parecería que no hubiera recibido un visitante desde que abrió sus puertas en la década de 1970, pero se interiorizará sobre las coloridas exhibiciones sobre los taínos (la cultura aborigen aniquilada por los españoles), el comercio de esclavos y la cultura criolla.

El más animado Museo de Arte Moderno tiene impresionantes obras nuevas de artistas dominicanos. Lleve cambio para los boletos de entrada (50 pesos, o US$ 1,05 a un tipo de cambio de 47 pesos por dólar, por museo). Si existe una “nueva cocina dominicana”, entonces la encontrará en Travesías, en el vecindario chic de Naco, zona de restaurantes. Pruebe las torrecitas de mangú (US$ 6,2), las torres de puré de plátano coronadas con huevo y salpicadas con salsas de un tono casi neón, y el milhojas de concón (US$ 51).

 

Día 2. Desayuno con pastel de tres leches

Los dominicanos arrancan el día con algunos favoritos locales como arroz con frijoles, estofado de carne o las berenjenas cocinadas en leche de coco. Villar Hermanos es el lugar ideal para probar todos los clásicos dominicanos. Los meseros, con corbatas de moño llevan el pedido a su mesa, y no se olvide del delicioso pastel de tres leches coronado con crema batida.

Luego, viaje en un auto privado reacondicionado como vehículo público. Los “conchos” carecen tanto de aire acondicionado como de cinturones de seguridad, pero son la forma más divertida, aunque imprudente, de desplazarse. Pare uno en avenida Independencia, pague al conductor alrededor de 25 pesos y bájese en el Parque Independencia, la entrada a la preciosa Zona Colonial, donde se ubican lado a lado las vistas más antiguas y las tiendas de moda.

Alquile una bicicleta verde azulada (300 pesos la hora), y pedalee hasta el Alcázar de Colón (100 pesos, incluida la guía de audio), la hermosamente restaurada casa de Diego Colón, hijo de Cristóbal Colón. Desde ahí, pedalee hacia el sur con dirección a la Catedral Primada de América (40 pesos), con su mezcla de estilos.

Finalmente, pare en el Museo Memorial de La Resistencia Dominicana (150 pesos). Las fotos y la documentación de la resistencia y el eventual derrocamiento de la dictadura de treinta años de Rafael Trujillo son fascinantes.

Tiendas y cafeterías nuevas están haciendo que la Zona Colonial se convierta rápidamente en la parte más sensacional de la ciudad. Primera parada, La Alpargatería, una zapatería de moda donde jóvenes artesanos hacen coloridas alpargatas. La tienda se conecta con una tranquila cafetería que tiene arte local en las paredes, abundantes rincones para descansar y un un patio, donde podrá hacer una pausa para disfrutar de un fresco jugo de mango (115 pesos).

Casa Alfarera, una tienda de cerámica artesanal, está a tres cuadras al sur, sobre la Calle Padre Billini. Si recorre El Conde, una animada calle peatonal, busque una de las pocas tapas de alcantarilla estampadas con “C. Trujillo” (“C” de “ciudad”). Son remanentes de cuando el dictador renombró la ciudad (y muchas otras cosas) en su propio honor. En República Dominicana no hay ningún lugar donde no se pueda iniciar una fiesta.

Métase a cualquier “colmado” (estas tiendas de conveniencia venden de todo, desde papel de baño hasta tragos de ron, y encontrará una en casi cualquier calle) que esté reproduciendo música. Tome una silla de plástico y pida al dueño: “Dame una cerveza vestida de novia”, lo que significa una cerveza tan fría que viene cubierta de escarcha.

Suba por Calle Hostos hasta Lucia 203, un espacio evocador para eventos con un bar y un patio al aire libre que los jueves y sábados por la noche presenta un grupo musical enorme. Las melodías de son y merengue clásico en vivo producen una pista de baile rebosante de energía.

 

Día 3. ¡A la playa!

El domingo es cuando los residentes locales van a la playa. Empiece con un desayuno en La Dolcerie, una panadería y bistró chic situada en el adinerado Piantini. Haga una parada en el Ingenio Boca de Nigua, los conservados restos de una plantación de caña de azúcar, actualmente habitada exclusivamente por vacas y uno que otro caballo viejo, que fue el sitio de una histórica rebelión de esclavos en 1796.

Está reproducida en el conmovedor mural que adorna una pared. A 20 minutos de Boca de Nigua está Najayo, una sección de costa atestada de restaurantes atiborrados que sirven pescado y botellas extragrandes de Presidente. El mar está lleno de gente que nada en la sección cercada por Trujillo, quien solía vacacionar aquí con sus amantes; puede ver su casa en la colina.

La bachata se escucha en todos los restaurantes; las familias locales y los grupos de amigos llevan botellas de ron para mezclar con gaseosa cola, y los vendedores deambulan despacio vendiendo todo tipo de cosas. Boca Chica, la turística playa ubicada al este de San Domingo, atrae a más visitantes, pero sus estafadores y prostitutas menores de edad hacen que Najayo sea una opción mucho más agradable.

Si todavía sigue en la ciudad, las ruinas de un monasterio del siglo XVI cobran vida cada semana gracias al Grupo Bonyé, una banda que toca un animado merengue, usando instrumentos tradicionales como la güira, para una multitud de cientos de personas en el Monasterio de San Francisco.

(*) The New York Times / Travel. Publicado por Diario PERFIL

 

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