ATLÁNTICO SUR

Las Malvinas transforman la cría de ovejas y los pingüinos en su motor turístico

La vida en las Malvinas, que tienen una población de solo 3.400, es de ritmo lento. Su geografía limitó la oportunidad de expandir el mercado turístico, pero algo está cambiando.

FOTOS: PABLO PORCINCIULA BRUNE [ Ver fotogalería ]

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(Publicado el 1 de diciembre de 2019)

Tony Heathman es un exesquilador de ovejas de 70 años, pero ahora pasa la mayor parte de su jornada laboral conduciendo turistas por las Islas Malvinas. Es una situación cada vez más frecuente en este territorio sobre el que Argentina reclama soberanía, situado a unos 470 km de la costa argentina. Heathman trabaja para la compañía Estancia Tours de su hija Nyree, de 38 años, y ya hace mucho tiempo que entregó su granja a su otra hija.

El turismo puede no ser la industria más grande de las islas, pero proporciona un empleo secundario para muchos de los residentes del archipiélago. «Mucha gente ahorrará su licencia y se tomará días libres para conducir hasta aquí por el día cuando lleguen los grandes barcos», dijo Heathman en un viaje bajo viento racheado a Volunteer Point, una península famosa por las especies características de las islas, los pingüinos rey.

Conducir turistas alrededor de una de las principales atracciones de las islas es el trabajo principal de Heathman en estos días. «Es muy lucrativo. Algunas personas simplemente cuentan con ello para obtener dinero extra. Es un día afuera para conocer gente e intercambiar opiniones sobre diversos temas, hablar sobre la vida en las Falkland y en todo el mundo, lo disfruto», asegura.

El turismo remplazó cada vez más a la ganadería ovina como fuente de empleo. La cría de ovejas sigue siendo una forma de vida tradicional para algunos y ha logrado perdurar a pesar de una sociedad en rápida modernización y un éxodo de trabajadores que se dirigen a la única ciudad del archipiélago, Puerto Argentino.

Trabajo agotador

Todavía hay 92 granjas y 500.000 ovejas en las Malvinas. La granja Goose Green emplea a cinco esquiladores de ovejas y la misma cantidad de «rouseys»: las mujeres que sacuden la lana recién deshilachada. La esquila de ovejas es un trabajo agotador: «Hay un alumno en la punta, él esquilará 160. Los dos chicos en el medio, esquilarán 400 hoy; depende de tu habilidad», dijo el gerente de la granja de Goose Green, Keith Alazia, de 47 años.

Los cinco hombres en su granja trabajarán durante aproximadamente ocho días y medio, esquilando 13.500 ovejas entre ellos, alrededor de 1.500 por día. Luego se trasladarán a otra granja. Pueden ganar casi una libra (unos 0,77 centavos de dólar) por oveja. «La gente esquiló 25.000 (ovejas) en las Malvinas en una temporada de cinco meses, así que esa es la mejor parte de 25.000 libras esterlinas en ese tiempo», dijo Alazia.

Pero en una isla con clima severo donde los lugareños dicen que puedes experimentar las cuatro estaciones en una hora, ese trabajo extenuante no es para todos. Tampoco lo es la cría de ovejas. «Tienes a los verdaderos isleños de las Malvinas que todavía viven en granjas y tienen 90 años y salen todos los días a recoger ovejas, pero a algunos de nosotros nos gusta estar en la ciudad con nuestra comodidad, calefacción, internet y cosas así», dijo Joanne Baigorri, una agente de crédito en el único banco de las islas.

La vida en las Malvinas, que tienen una población de solo 3.400, es de ritmo lento, y la reciente apertura de una sala de cine en la capital causó un gran revuelo. No hay clubes nocturnos, mientras que el acceso a internet es caro y puede ser de una lentitud frustrante. Los restaurantes abren alrededor de las 6 de la tarde y a menudo dejan de recibir pedidos entre las 8 y media y las 9 de la noche.

Pero esto también tiene su lado positivo: este es un lugar donde la gente no cierra con llave ni sus casas ni sus autos. «Me encanta vivir aquí. Tengo tres hijos, este es un lugar tan seguro para criarlos», dijo Baigorri, de 27 años, mientras compraba en el supermercado. También es un lugar sorprendentemente cosmopolita y los isleños se jactan orgullosamente de las 60 nacionalidades que viven allí: el 10% son chilenos, mientras que también hay crecientes comunidades de filipinos, de Santa Helena e incluso desminadores zimbabuenses dedicados a retirar explosivos de la guerra de la década de 1980 que todavía permanecen enterrados.

«Me enamoré de las Malvinas y me enamoré de una persona local», dijo Gabi McRae, una chilena de 31 años que trabaja en control de calidad en la Compañía de Carne de las Islas Malvinas. Sin embargo, la vida a veces puede ser difícil, ya que el clima suele causar estragos en los viajes aéreos y en barco.

Muchos vuelos internos se cancelan debido a los fuertes vientos y ocasionalmente el barco que transporta existencias de alimentos encuentra dificultades debido al clima o las impuestas por Argentina, que continúa reclamando soberanía sobre las islas a pesar de que Reino Unido reafirma su autoridad desde 1833. «A veces puede ser difícil encontrar las cosas que realmente necesitas; por ejemplo, podría querer hornear un pastel y no tienes azúcar y no hay azúcar en toda la isla», declaró McRae.

Los pingüinos rey, reyes de las islas

Caminando por la playa en fila india, con la cabeza en alto como en actitud altiva, los pingüinos rey son otro de los principales atractivos de la industria del turismo de las islas Malvinas. Sus tiernas crías marrones son bastante intrépidas con los humanos, y los turistas en Punta Voluntarios, en la isla Soledad -la más grande del archipiélago-, pueden incluso conseguir que se acerquen lo suficiente como para acariciarlos.

«Somos el lugar más al norte del mundo en el que se pueden ver pingüinos rey», explica Tony Heathman, que desde hace 16 años lleva grupos de turistas a Punta Voluntarios, adonde van a reproducirse miles de parejas de esta especie emblemática de las islas. «Recibimos muchísima gente a la que (…) le encanta venir aquí y acercarse lo más posible a los pingüinos rey», cuenta. «Toman muchísimas fotografías. Algunos de ellos están realmente cautivados por estos animales, he visto gente venir aquí y llorar de la emoción».

El rey es solo una de las cinco especies de pingüinos que habitan en las Malvinas, junto con el saltarrocas o pingüino de penacho amarillo, el juanito, el macaroni o pingüino de penacho anaranjado y el de Magallanes.

Las Malvinas tienen una biodiversidad increíblemente rica, que incluye más de 25 especies de ballenas y delfines, pero es la posibilidad garantizada de acercarse a los pingüinos lo que las convierte en un destino tan atractivo. A pesar de su ubicación remota en el Atlántico sur, a unos 470 kilómetros de las costas de Argentina, aquí el turismo es una industria en auge: en 2018, hubo un aumento del 6,3% en la llegada de turistas respecto al año previo y un aumento del 29,4% en el gasto turístico, a casi 11,3 millones de dólares.

«Una de las atracciones clave para nosotros fueron los pingüinos rey en Punta Voluntarios, vimos muchos de esos», cuenta Flavia Tang, de 29 años, quien viajó desde Londres para pasar una semana con su pareja en las islas. Punta Voluntarios es uno de sus destinos turísticos más populares, adonde se llega desde la capital, Puerto Argentino, tras un trayecto de tres horas por carretera en un vehículo 4×4.

La península también tiene pingüinos juanito y de Magallanes, conocidos localmente como «jackasses» debido a su llamado, que suena como un rebuzno. Y viven otras aves como ostreros australes, charranes sudamericanos y cauquenes colorados. Miles de pingüinos graznando sin cesar hacen de este un lugar ruidoso.

Como una película de Hitchcock

Es uno de varios lugares impresionantes para observar la fauna silvestre en su hábitat natural. Otro es la isla Celebroña, al este de Soledad, donde los pingüinos de peñacho amarillo usan sus garras y pico para escalar hasta la cima de los acantilados, donde se aparean. Para verlos, los visitantes deben caminar media hora entre un denso forraje de tres metros de altura, mientras se evitan los nidos de aves terrestres. Pero son las pardelas sombrías las que hacen que la isla sea única.

«La isla Celebroña es hogar de 140.000 parejas reproductoras de pardelas sombrías, que se amontonan en la costa prestas para entrar», dijo Denise Blake, funcionario ambiental del gobierno de las islas. «A medida que cae la noche, realmente las ves volando sobre las cabezas un poco como en la película de Hitchcock, donde todas las aves comienzan a volar en todas direcciones. Es increíble».

Mientras que muchos optan por la Antártida o a la isla San Pedro del archipiélago de las Georgias del Sur para saciar su necesidad de naturaleza cruda, Sally Ellis, gerente de International Tours and Travel, cree que Malvinas es una mejor opción.  «La Antártida y las Georgias del Sur no son nada en comparación con la variedad y accesibilidad a la vida silvestre en las Malvinas, y cuesta alrededor de una cuarta parte», asegura.

«Puedes venir y estar entre vida silvestre 12 horas en un día en las Malvinas y tener absolutamente por seguro que vas a ver lo que vienes a ver. Y eso nos convierte en una opción muy atractiva en comparación con la Antártida y las Georgias del Sur». La ballena sei, en peligro de extinción, también puede avistarse en las costas de las Malvinas, mientras que los delfines de Commerson o pío se encuentran cerca de las playas de bahía Yorke o Gypsy Cove, a algunos kilómetros de Puerto Argentino.

«Acto de fe»

Si ya son un destino habitual entre los amantes de la naturaleza, las Malvinas también están creciendo como escenario de turismo de aventura, y los emprendedores locales ya están viendo esa veta como una nueva oportunidad. Es el caso de Tom y Jane Chater, un matrimonio que acaba de lanzar una empresa que ofrece viajes y recorridos en helicóptero. 

Los Chater esperan atraer a unas 60.000 personas al año que llegan a las Malvinas en cruceros, ofreciéndoles la oportunidad de explorar las islas desde 1.800 pies de altura en su Robinson R44 de cuatro plazas. «Ha sido una época muy ocupada y emocionante para nosotros», dijo Tom Chater, de 43 años. «Es algo en lo que hemos pensado durante mucho tiempo», agregó Jane, de 46. «Es un acto de fe, pero estamos ansiosos por ver cómo funciona».

(Fotos: AFP/ Pablo Porcinciula Brune)

 

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