Donde sobreviven los bisontes
Para encontrar el último bosque virgen de Europa hay que viajar hasta Bialowieza, entre Polonia y Bielorrusia.
Unos bisontes se pasean por el bosque de Bialowieza. Foto: Oficina de Turismo de Polonia. [ Ver fotogalería ]
Por Arnd Petry, desde Polonia (dpa)
Para encontrar el último bosque virgen de Europa hay que viajar al Este, hasta el Parque Nacional de Bialowieza, en la frontera entre Polonia y Bielorrusia, donde se encuentran árboles centenarios gigantescos y casi todos los mamíferos que existen en el continente.
Irek Smercynski empuja la pesada puerta de madera que da paso a la zona más protegida del parque, donde los visitantes no pueden entrar sin un guía. Un bosque donde viven lobos, linces y los mayores mamíferos de Europa, y con ellos numerosas plantas, hongos y animales que están extinguidos en otras partes.
Sobre las cabezas estiran sus copas algunos de los árboles más altos del continente, la joya del Parque Nacional de Bialowieza, el único lugar que puede ser llamado realmente «bosque virgen» en Europa.
«Son las 7:00, ya es muy tarde para ver animales, tendríamos que haber empezado antes», deja claro Irek, que con sus treinta y pico lleva toda la vida viviendo en la aislada Bialowieza y que combina su trabajo en la estación de geobotánica de la Universidad de Varsovia con el de guía. «Pero podemos ver el bosque primario, los árboles no se mueven de su sitio».
Aunque sí se caen tarde o temprano. Y a primera vista esa es la gran diferencia con los bosques plantados por el hombre: en Bialowieza hay troncos de varios metros de grosor en el suelo por todas partes: de robles, tilos y olmos que se hicieron viejos y se mantuvieron hasta que una tormenta los derribó.
Los abetos y robles llegan hasta una altura de un edificio de doce pisos y los arces, carpes y tilos hasta los 30 metros. «Un tercio de los árboles tienen más de 150 años«, explica Irek.
Estamos de pie en un claro. «Cuando un árbol se derrumba y abre un hueco en el techo de hojas, comienza una carrera», señala Irek. «Los árboles jóvenes crecen lo más rápido que pueden, y el que llega primero arriba y le tapa la luz al resto, sobrevive».
Como consecuencia de ello, los robles tienen aquí un aspecto muy distinto al de los que crecen con enormes coronas en superficies amplias. Aquí los troncos de hasta dos metros de diámetro parecen columnas y las ramas y al copa no crecen sino hasta los 15 metros de altura. Pero esta forma de crecimiento tiene su precio: los gigantes del parque de Bialowieza se derrumban con 500 años, la «edad de oro» para un roble común.
Desde todas direcciones retumban golpes duros y huecos tan rápidos que hacen pensar en una ametralladora. «Aquí viven todas las especies de pájaros carpinteros que existen en Europa», aclara Irek. «Los troncos carcomidos de los árboles viejos son un sitio ideal para anidar para ellos».
Un ámbito también excelente para los hongos, de los que hay 3.500 especies catalogadas en Bialowieza. Algunos pasan desapercibidos, pero otros ofrecen un toque de color en medio del verde del suelo, como unos Laetiporus sulphureus que surgen amarillos y naranjas de una grieta en la corteza de un roble.