Conocer a Dalí fuera del museo

Tres rincones de España permiten profundizar permiten ver, sentir y respirar al artista. Fotos

El teatro-museo Dalí en Figueres, ciudad natal del artista. Foto: Roland Holschneider / dpa [ Ver fotogalería ]

Por Raquel Miguel (DPA)

El primer rayo de sol que salía en la península Ibérica le daba directamente en la cara gracias a un espejo colocado en la ventana de su dormitorio de Portlligat: Salvador Dalí era el primero que veía amanecer en un lugar privilegiado del globo que no sólo marcó su vida, sino que determinó su obra y al que estuvo vinculado desde su nacimiento hasta su muerte.

Tres son los vértices del triángulo geográfico de la región gironense del Ampurdán que permiten una inmersión en las profundidades de un mundo en el que se ve, se siente y se respira al artista: Figueres, la ciudad que lo vio nacer, morir y que alberga su teatro-museo; Cadaqués, su hogar y taller, y Púbol, la fortaleza de su musa y su gran amor, Gala. Y su visita permite acceder a revelaciones en pequeñas dosis que permiten conocer al artista más allá de los museos.

Durante un paseo por las calles de Figueres, uno puede imaginar cómo era esa ciudad, más cercana a la ilustrada Francia que a la España de comienzos del siglo XX, donde en 1904 nació Salvador Dalí. Desde la azotea del número 20 de la calle Monturiol el pequeño Dalí pintó sus primeros paisajes y fue testigo de la vitalidad de una localidad cosmopolita e ilustrada que le aportó sus primeras amistades, experiencias y sus primeros maestros y mentores.

Hoy en día quedan muy pocas personas vivas en la ciudad que conocieron al artista y son muchos quienes las buscan para saber un poquito más sobre la personalidad de aquel excéntrico hombre que revolucionó a sus habitantes. Una de ellas es Luis Durán, dueño del restaurante homónimo, al que acudía Dalí asiduamente.

«En realidad era una persona normal; sólo hacía locuras prefabricadas y calculadas, cuando tenía público delante«. Como aquel día que tiró un plato de fideos al techo en su restaurante, cuenta. Otro aspecto que Durán tiene bien grabado en la memoria es la noche en que Dalí estampó un grabado en el menú y se lo regaló a su padre. «Pero Gala le prohibía regalar obras«, recuerda sin ocultar su antipatía por la musa.

Figueres sigue siendo el centro daliniano por excelencia, pero es quizá Cadaqués, una pequeña localidad de viviendas blancas junto al agua en pleno Cabo de Creus, el lugar donde mejor puede comprenderse su obra y el origen de su inspiración. Al bordear el cabo, van apareciendo ante los ojos del paseante unas formaciones rocosas agujereadas, erosionadas y reblandecidas por el viento y la sal que comienzan a resultar familiares, como la que sirvió de inspiración para «El Gran Masturbador» (1929), entre muchas otras que se convirtieron en estrambóticas figuras primero en el cerebro y después en los lienzos del artista.

Allí puede sentirse también un intenso viento que dicen, tiene un carácter moldeador en la personalidad de sus habitantes, y que también determinó la visión daliniana: cuando sopla la tramontana, el aire queda tan limpio y luminoso y permite una visión tan nítida bajo un cielo de un azul tan intenso, que pueden distinguirse hasta el mínimo detalle objetos a larga distancia. Exactamente como ocurre en el telón de fondo de los cuadros del artista.

Cadaqués, donde pasaba sus vacaciones desde pequeño, obsesionó a Dalí desde muy joven y fue allí también donde Helena Ivánovna Diakonova, más conocida como Gala, irrumpió en su mundo para no salir jamás. Su relación con ella, casada y mayor que él, le granjeó la ruptura con su familia, agravada también por la necesaria liberación de las cadenas familiares que pregonaban los surrealistas. De forma inoficial se dice que el artista envió una muestra de semen a su padre con la inscripción: «Esto es lo que te debía«, cuenta Carles Pongiluppi, de la asociación de guías turísticos de Girona.

Su fascinación por la espiritualidad y la soledad que le permitía Cadaqués y su ruptura familiar fueron el germen de la casa de Portlligat, hoy convertida en una casa-museo, en la que volcó su personalidad artística, con una profusa y barroca decoración que combina el clasicismo, el surrealismo y el estilo kitsch. Reveladora es la visita al taller del artista con vistas a la bahía de Portlligat o la adyacente habitación de los Modelos, donde entre una profusión de objetos comienzan a reconocerse detalles de sus cuadros.

Y no menos importante es el exterior, donde destaca la extravagante piscina en forma fálica en el que conviven el famoso sofá labial de Mai West con carteles de los neumáticos Pirelli. Aunque el elemento más crucial es quizá el palomar coronado por un huevo monumental, figura predominante también en el teatro-museo de Figueras y metáfora del nacimiento de las ideas. La Sala Oval, el territorio privado de Gala, en la que ésta buscaba privacidad y recibía sus visitas, entre ellas las de sus amantes, permite una conexión con el tercer vértice del triángulo: el castillo de Púbol.

El castillo, comprado en 1970, fue concebido como una fortaleza para Gala: era el territorio de la musa y sus puertas sólo se abrían para quien ella quería, incluso en el caso de Dalí, que estaba obligado a comunicarle sus visitas por anticipado. Y ello queda patente en  su diseño, más sobrio, austero y aristocrático.

Sin embargo, en algunos recovecos Dalí vuelve a ser Dalí, como en la Sala de los Escudos o el Trono del Marqués, en los frescos del techo, el caballo disecado de la planta inferior o en el jardín laberíntico -adornado con sus elefantes de patas alargadas y finas tan recurrentes en sus cuadros- y la piscina, esta vez con aires de la Grecia antigua y bustos coloreados de Richard Wagner.

Sin olvidar el garaje con el mítico Cadillac de la pareja, que tanto dio que hablar en un pueblo que miraba asombrado el enorme vehículo que apenas podía atravesar sus estrechas calles. Aquel automóvil sirvió precisamente de ambulancia y de coche fúnebre improvisado en junio de 1982, cuando Gala murió y fue trasladada desde la casa de Cadaqués hasta el castillo, en el que Dalí había habilitado una cripta para albergar ambos cadáveres con un espacio para que se dieran las manos eternamente.

«Mi padre era el médico de Gala y fue él quien firmó que había muerto en Púbol, para que pudiera ser enterrado allí«, cuenta Pongiluppi. Y precisamente, el historiador Ian Gibson lo acusa en su biografía de Dalí de falsificar la partida de defunción de Gala.

Tras la muerte de su musa, Dalí se instaló en el castillo, donde inició su decadencia artística. Un año después, el pintor provocó un incendio accidental, lo que determinó su mudanza definitiva a la torre Galatea del teatro-museo de Figueres, donde se recluyó hasta su muerte en 1989.

En ese museo, Dalí había comenzado años antes a acometer su mayor proyecto: la conversión de un antiguo teatro en un objeto surrealista absoluto que englobara su pensamiento y su obra. Fascinado por el teatro municipal, incendiado y parcialmente destruido en 1939, arrancó el mayor proyecto de su vida en 1970, dando forma a ese curioso edificio coronado por una cúpula geodésica, en cuyo exterior predominan dos elementos inconfundiblemente dalinianos: el pan y el huevo.

En su interior, destacan la sala El Palacio del Viento, un homenaje a la tramontana y lugar especialmente querido por haber albergado su primera exposición en 1918, y el patio interior, en el que Dalí diseña uno de sus montajes más grotescos y metafóricos de su carrera. Otro de los grandes espacios es la sala Mae West, ideada por el pintor a partir de una fotografía de la actriz estadounidense que convirtió en la habitación de un apartamento.

Pero sin duda el lugar más emblemático es el escenario de su propia tumba en el escenario central de su teatro, convirtiéndose en el único artista del mundo enterrado en su museo y cerrando el círculo a la perfección: él, como protagonista de su propia historia. Salvador Dalí permanece embalsamado en el escenario del teatro bajo un telón que elaboró para el ballet «Laberinto» de la ópera de Nueva York en 1947. La culminación de su proyecto más querido hizo que decidiera quedarse allí para descansar eternamente, dejando sola en Púbol, con un hueco vacío a su lado, a la mujer sin la que los críticos coinciden que no habría habido Dalí.

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