La joya escondida del África

Ubicada en el noreste de Etiopía, entre el mar Rojo y el Nilo Azul, la Depresión de Danakil es una de las regiones más inhóspitas del planeta.

El único indicio de vida: Caravana de camellos saliendo del salar de Danakil. Foto: dpa [ Ver fotogalería ]

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Por María Luz Climent Mascarell (dpa)

Si estuviera en Estados Unidos, la depresión del Danakil figuraría entre una de las siete maravillas del mundo. Se exigiría pagar un buen puñado de dólares para poder entrar o sólo se permitiría sobrevolar la zona para evitar que la presencia humana destrozase las singulares formaciones de sal que entran en conflicto con el inmaculado salar. Pero esta espectacular y atípica franja de tierra, se encuentra en el Cuerno de África.

Catalogada como una de las zonas más inhóspitas del planeta, con temperaturas diurnas que superan ampliamente los 40 grados centígrados, está ubicada en el noreste de Etiopía, entre el mar Rojo y el Nilo Azul, aunque su extensión se adentra en Etiopía, desdibujando la frontera con la enemiga declarada de Addis Abeba.

Para llegar allí desde las montañas del Tigrai, en el norte de Etiopía, hay que pasar por cuencas de ríos secos y una zona montañosa poco habitada que por momentos recuerda al Gran Cañón de Colorado. En otros, remite a un paisaje extraterrestre, con montañas negras de formación volcánica y una escasa vegetación, que se reduce a algunas hierbas que, vistas a lo lejos, pareciera que siguen el curso de un río inexistente.

Ese cambiante paisaje desemboca en una extensa planicie, sin límites en el horizonte, que arranca con la blancura deslumbrante del salar. La impresión hace enarcar las cejas y el calor ralentiza los movimientos. Si sopla, el viento es una lengua de fuego. De repente se comprende la pausada cadencia con la que se mueven decenas de camellos que marchan en fila india. El único indicio visible de vida en kilómetros y kilómetros a la redonda son estos animales que portan en sus gibas bloques de sal a la caída del sol.

La extracción de esta preciada y sabrosa sal apenas se ha alterado desde tiempos inmemoriables, y ver a los hombres junto a sus camellos es como dar un enorme salto en el tiempo. Los instrumentos son tan rudimentarios como lo pueden ser un bastón y un machete.

De ellos se sirven para cortar los bloques que al atardecer colocarán en los camellos para que antes de que se ponga el sol se vuelva a emprender el camino de regreso a un lugar donde una simple sombra es un artículo de lujo. La forma de vida allí permanece inmutable desde hace siglos: un pellejo de cabra para portar agua y unos dátiles siguen siendo el alimento básico de los trabajadores del salar.

El desierto del Danakil, situado en algunos puntos a más de 150 metros por debajo del nivel del mar, tiene formaciones únicas de sal que con el paso de los días van cambiando y que con los años han adquirido una gama de colores que jamás podrá borrarse de la memoria.

Así es el caso de Dallol, una singular montaña de sal con fuentes naturales de agua caliente de colores anarajandos, blancos o verdes debido al azufre y otros minerales que emiten los gases de los volcanes próximos como el Erta Ale, uno de los más activos de Etiopía.

Más de 30 volcanes activos o durmientes se reparten entre Etiopía y Eritrea, en esta cuenca situada sobre una de las áreas tectónicas más activas de la Tierra, donde confluyen la placa africana con la indoaustraliana.

En este desierto que amenaza un día con resquebrajarse y las aguas del mar Rojo con sepultarlo todo fueron hallados hace 30 años los restos del Australopithecus Afarensis, más conocido como «Lucy», que data de más tres millones de años. Se trata de la especie más antigua conocida que es con gran certeza antecesora del hombre. Y es que como dijo Herodoto, «todo lo nuevo viene del desierto».

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