Valparaíso: la ciudad más pintoresca de Chile
Cuidada y espontánea, la joya chilena del Pacífico es colorida, y asciende en cerros y desciende en terrazas. Una experiencia de altura.
El paisaje recuerda un poco a La Boca, con sus construcciones antiguas, sus casas de chapa y madera pintadas de amarillo, verde o azul. [ Ver fotogalería ]
Unos kilómetros al norte de Santiago, sobre unos cerros que miran al Pacífico, se amontonan las coloridas casitas de Valparaíso, la ciudad más pintoresca de todo Chile. El paisaje recuerda un poco a La Boca, con sus construcciones antiguas, sus casas de chapa y madera pintadas de amarillo, verde o azul y, sobre todo, con su aire húmedo y portuario, que trepa por las laderas de este pueblo erguido ante el océano. Aquí también hay, entre las decenas de cerros que componen el distrito, un casco histórico que conserva y concentra lo más viejo y singular, y cuya belleza le mereció el título de Patrimonio de la Humanidad, declarado por la Unesco en 2003. Pero esa atención no deja de hacer de Valparaíso una ciudad vivida, rústica como toda ciudad de puerto, transitada y labrada por la gente de mar y de las escaleras, callejuelas y callejones que surcan el laberinto de sus barrios.
El mejor momento para visitarla sucedió hace poco, pero no es el único. Valparaíso es famosa por ser el centro de los festejos del Año Nuevo chileno. Hace décadas que la municipalidad desembolsa –no sin la queja de algunos vecinos– una buena suma para los festejos, caracterizados por un inmenso show de fuegos artificiales que estallan y se espejan sobre el mar de la noche. El festejo se propaga desde la costa hacia toda la ciudad y dura hasta las primeras horas de la mañana, sin que la algarabía se desmadre. “Durante los festejos no vi un solo policía”, dice Agustina Muñoz, una porteña de 26 años que fue ahí a pasar las fiestas. “Se ve que la gente tiene un vínculo muy propio con la ciudad. Por la noche hay muchos jóvenes reunidos; hay mucho graffitti, pero bien hecho. Es una buena mezcla entre el cuidado y la espontaneidad de la ciudad”, añade.
Recorrerla a pie puede resultar cansador. La pendiente es dura, y aunque dé gusto adentrarse por la multitud de escalinatas y escalones, también vale la pena verla desde más arriba, sobre uno de los funiculares que suben y bajan por las laderas, ofreciendo breves y peculiares viajecitos con una vista excelente. Otra alternativa es pasear por el cerro directamente desde adentro. El famoso ascensor Polanco está construido dentro de la tierra; uno entra por un túnel y sube por un ascensor cuyo hueco guarda apenas unos centímetros de distancia con el interior del cerro. Del ascenso claustrofóbico se pasa a la amplitud de un mirador circular que da a toda Valparaíso.
Aunque las vistas ofrecen por lo general casas simplonas, algo precarias, aunque siempre coloridas y pintorescas, la arquitectura de la ciudad es de lo más diversa. Por un lado están las típicas construcciones coloniales y clásicas, que exhiben su majestuosidad y elegancia sobre todo en la zona portuaria. A medida que se sube, los edificios pierden la fastuosidad pero conservan la tónica europea, el influjo de los colonos ingleses, alemanes, italianos, búlgaros, húngaros, y hasta algún aire norteamericano. En estas prolijas casas, ubicadas sobre todo en los cerros Concepción y Alegre, donde está el casco patrimonial, han empezado a proliferar los hoteles boutique, muchos propiedad de nuevos europeos que se han instalado en la ciudad. Aquí se concentra la mayoría de los turistas, que circulan por los varios miradores, por hermosos pasajes que bordean las casas asomándose a la ciudad y al mar.
Un paseo atípico ofrecen los cementerios. Ubicados sobre la meseta del cerro Panteón, al que dieron nombre, no cobijan nombres famosos, pero sí varios mausoleos y criptas espectaculares, algunas de casi doscientos años, con lápidas en inglés.
Para algo más tradicional y marítimo, es decir, la playa, basta con correrse al distrito de al lado, a la famosa Viña del Mar. Es un cambio de ambiente: ahí los edificios son enormes y modernos, y casi llegan a pisar la arena. Las playas son generosas y el agua es fría, pero tras unos minutos se la disfruta, aun cuando en Valparaíso el calor nunca llegue a agobiar.
Es casi inevitable que la visita a la ciudad esté acompañada, casi diariamente, por platos y platos de pescados y mariscos. La cocina de mar es otra de las características que dan fama a Valparaíso, pero, curiosamente, esto no ha dado lugar a esas típicas proliferaciones de restaurantes. Han aparecido bistrós en las zonas más turísticas, no faltan lugares donde comer y donde hacerlo muy bien, pero no hay zonas de oferta gastronómica –o de oferta de lo que fuere– hecha a medida para el turista. La belleza de Valparaíso radica justamente en que no busca disimular ese carácter algo áspero del puerto, esa intimidad laboriosa con el mar. Luce simple, sin brillos, casi ajada.
Por Alejandro Grimoldi para diario PERFIL. | Fotos: Carlos Bernabei.
Por que mierda no muestran lo nuestro…
Estuve hace dos años y me pareció muy sucia, con muy poco atractivo. Como La Boca, pero mas grande.
Que asco, pura hediondez chilota. Ojalá a Valparaiso se la trague un buen tsunami.