Arte y bicicletas en Amsterdam
Muy cerca del Museo Van Gogh y de los talladores de diamantes, un alquimista del siglo XVI destiló enebro y obtuvo ginebra. Fotogalería
PASEOS. La mejor manera de apreciar algunos de los 160 canales de la ciudad es en barco. Parten cerca de la Estación Central. [ Ver fotogalería ]
Por Guillermo Piro, desde Ámsterdam (*)
Amsterdam es a Holanda lo que Venecia a Italia; es decir que exhala mucha humedad y si no fuera por los automóviles, las motos, las bicicletas y todo tipo de velocípedos de una, tres o más ruedas, se parecería mucho más. En realidad, lo único que recuerda a la ciudad italiana son los canales que la atraviesan, una especie de sistema venoso que parece hecho para deleite del turista (dato técnico: cada tres días el agua de los canales es totalmente renovada; todas las noches se cierran una decena de esclusas y se bombean miles y miles de metros cúbicos de agua desde la cercana isla de Zeeburg).
Típicas de Amsterdam son las llamadas “casas de canal”, estrechas y altas. Las grandes ventanas (los holandeses no son muy adeptos a las cortinas) servían y seguirán sirviendo para poder introducir por ellas muebles y artefactos pesados que no pueden ser subidos por las escaleras que llevan a los apartamentos, demasiado empinadas y angostas para recorrer hasta con una valija liviana.
De modo que la fisonomía característica de Amsterdam son los 160 canales que recorren la ciudad. Y los puentes, que superan los 1.200. Amsterdam está situada en el estuario del río con el nombre más corto del mundo, Ij (compite con otro río, italiano otra vez, el Po), en la confluencia con el Amstel, que le da nombre a la ciudad. Los canales tienen un trazado concéntrico alrededor de la zona histórica, lo que crea numerosos islotes, que para verlos en toda su radiante insolencia haría falta sobrevolar la ciudad en helicóptero, cosa demasiado honerosa, por lo que se recomienda un paseo en barco, o en su defecto en bicicleta (ver recuadro).
Amsterdam es muchas cosas, y entre todas esas cosas es la patria de Lucas Bols, un alquimista del siglo XVI que se dedicó a la destilería de ginebra, hecha a partir de los pequeños frutos del enebro (jenever). Enfrente a la antigua destilería Bols tuvo su taller Rembrandt. De hecho, al parecer fue con su célebre retrato de su discípulo Hendrik Heershop que en 1658 el pintor pagó una cuantiosa deuda que tenía, porque desde tiempos inmemoriales no hay nada más vivificante que dejar cada tanto la paleta y los pinceles y cruzar la calle para tomarse una copita.
La House of Bols está emplazada frente al Museo Van Gogh, en Paulus Potterstraat 14. Vale la pena visitarla, pero se recomienda ir dispuesto a emborracharse civilmente. Entre otras atracciones funciona allí una Academia de Bartenders, que anualmente organiza el Bols Around the World, una competencia donde termina siendo premiado el mejor bartender del mundo. El ganador de este año fue Gábor Onufer, un bartender húngaro, de Budapest (Gábor insitió mucho en que aclarara que él y su bar son de Pest, donde se bebe mejor que en Buda, por donde al parecer circulan las mujeres más hermosas de Hungría). La visita a la House of Bols puede ser edificante e instructiva (pero sobre todo puede llegar a trastornar los sentidos). El Hall of Teste es una de esas atracciones: uno puede oler allí 36 licores Bols y tocar las hierbas con las que se elaboran los licores y las ginebras, así como ver el auténtico herbario de Lucas Bols, que data de 1644.
Lo mejor es salir entonado de la House of Bols y dirigirse ipso facto al Templo de Venus, el Venustempel, que ostenta el título de ser el primer museo del sexo del mundo. La colección abarca estatuas, pinturas, fotografías, vídeos y todo tipo de objetos. El lema del museo reza: “El sexo es lo más natural del mundo”, cosa de la que ningún porteño duda, pero al parecer sí las holandesas, a quienes si se les hacen propuestas sexuales en plena calle y a plena luz del día es probable que se dediquen a increparnos y amenacen con llamar a la policía (hagan la prueba, yo lo hice). El Templo de Venus está cerca de la Estación Central, en Damrak 18.
En Amsterdam hay playas, pero se recomienda visitarlas en verano, o mejor dicho en lo que los holandeses llaman “verano”. Strand Zuid, Strand West y Strand IJburg son playas que se encuentran en los alrededores de la ciudad, y en todas ellas hay restaurantes, agua salada y algo que podría llamarse arena. Pero hay que insistir en que lo que los holandeses entienden por verano es muy distinto a lo que entendemos nosotros. Después de tanta niebla, lluvia y frío del invierno, apenas sale el sol, se sacan la remera, aunque la temperatura no llegue a los 10 ºC.
Amsterdam es también la ciudad de los diamantes, cuna de la famosa Coster Diamonds, una de las fábricas de diamantes más antiguas de la ciudad, fundada en el año 1840. Sus maestros artesanos hicieron obras de arte exquisitas y carísimas durante más de 170 años. Allí se han pulido muchos diamantes famosos, como el mundialmente Koh-I-Noor, un diamante azul-blanco que forma parte de las joyas de la Corona de Inglaterra.
Nota complementaria
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(*) Nota publicada en el Diario PERFIL el sábado 26 de mayo de 2012