DESIERTO DE GOBI / CHINA

De viaje por el desierto de los mil Budas

En el desierto de Gobi, las 735 Cuevas de Mogao testimonian diez siglos de cultura budista en China. Atesoran obras de arte de valor incalculable, las que sobrevivieron al saqueo de los exploradores occidentales. Fotos.

Rodeadas de dunas y arena, las Cuevas de Mogao, en la República Popular China, testimonian la vida en tiempos de la Ruta de la Seda. Imágenes religiosas fueron plasmadas en la roca desde el siglo IV. Los europeos y los estadounidenses las vaciaron. Foto: The New York Times / Travel [ Ver fotogalería ]

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Por Jane Perlez (The New York Times / Travel)

En el centro-norte de China, las montañas nevadas de la cordillera de Kunlun marcan el límite norte de la meseta tibetana y el sur del desierto de Gobi. Hacia allí se dirigió nuestro viaje en busca del arte budista pintado y tallado hace siglos en las Cuevas de Dunhuang, donde delicadas pinturas y grabados en las paredes, de tonos brillantes, representan la vida religiosa y social de los siglos IV al XIV durante el apogeo de la cultura budista en China. La ciudad de Dunhuang, que hoy posee una sencilla vida comercial y produce un vino local elaborado en viñedos de suelo arenoso, fue una vez un oasis floreciente en la Ruta de la Seda, por donde pasaban caravanas de peregrinos y comerciantes de Asia Central y la India.

A principios del siglo XX, eruditos europeos y estadounidenses visitaron las cuevas, se enamoraron de lo que encontraron, arrebataron esculturas, manuscritos y frescos de incalculable valor, y los llevaron a museos en Londres, París y Cambridge, Massachusetts. En 1924, un arqueólogo e historiador de arte de Harvard, Langdon Warner, viajó tres meses en en carro tirado por bueyes, para volver a Beijing desde Dunhuang, llevando la escultura de un bodhisattva –un estudioso del budismo– de más de un metro, para sus patrocinadores en Cambridge.

El arte de las cuevas cuenta la historia de las dinastías imperiales de China y de su larga relación con el budismo, que se filtró en el siglo I a China desde la India. Según la leyenda, en el año 366 a.C. un monje llamado Yuezun llegó a Dunhuang y tuvo una visión de mil Budas. Estaba tan impresionado que cinceló una cueva para meditación en un gran acantilado de arenisca a unos 25 km del centro de la ciudad, en lo que se conoce como las Cuevas de Mogao. Artistas y sus aprendices comenzaron a pintar imágenes de Buda en murales que se extendían a lo largo de las paredes de la cueva, y, en algunos casos, en los techos.

A lo largo de los años, en ese terreno inclinado que se extiende un kilómetro y medio, se tallaron cerca de mil cuevas, que fueron santuarios o viviendas para monjes. Hacia 1400, la exuberante muestra de arte y religión se desvaneció, a medida que las rutas marítimas suplantaron la Ruta de la Seda. Todo quedó en manos de las arenas del desierto y del viento. Muchas cuevas se conservaron: aún existen 735, y casi 500 están decoradas.

Durante los veranos, llegan unos 14 mil turistas por día, que asisten al formato de visita más habitual: 75 minutos a través de ocho cuevas, después de que un ómnibus los deja al pie de la pared de roca que inspiró al monje Yuezun, hace casi 1.700 años. Una vez allí, no se permite sacar fotos, para que los visitantes se muevan rápidamente dentro de estos espacios cerrados, porque el dióxido de carbono de la respiración y los flashes dañan el arte en la pared.

El arte rupestre más espléndido se produjo durante el apogeo de la dinastía Tang temprana, entre 618 y 718. Los artistas pintaban con pinceles de pelo de conejo y lograban sus colores moliendo y mezclando minerales y pigmentos orgánicos: ocre, rojo, bermellón, lapislázuli. En varias cuevas, hay escenas de la vida diaria del pueblo: figuras bañándose, el trigo secándose al sol y los preparativos para un casamiento. Algunas cuevas son del tamaño de un pequeño salón de baile. Otras cuentan con profundos nichos con esculturas de tamaño natural de Buda y sus discípulos. Hay un Buda de más de 20 metros de altura, que se yergue tallado en la roca y cubierto de yeso, protegido por la fachada del Templo de los Nueve Pisos.

Un camino pavimentado, sobre el desierto y con distantes montañas incrustadas de nieve, llega a Yulin, una pared de roca, también salpicada de cuevas. Allí, en la Cueva Nº 3, un espacio que mide unos 6 m2, se ven paisajes con cascadas y árboles, y decenas de seguidores de Buda vestidos con túnicas y luciendo el cabello atado. En Yulin, el delicioso almuerzo en un restaurante rústico tenía semillas de árboles de olmo recubiertas de harina y cocidas al vapor, salteado de chauchas, rodajas de calabaza al vapor y sopa con fideos y ternera.

En la cueva Nº 17, el historiador británico Aurel Stein encontró 7 mil manuscritos –entre ellos, uno de los libros impresos más antiguos del mundo, el Sutra del Diamante– producidos en 868. Ahora están en la Biblioteca Británica, pero Stein le pagó 130 libras esterlinas a un monje local por su botín. Un poco más tarde, el erudito francés Paul Pelliot se llevó una pila de pergaminos para el Musée Guimet de París, y pagó incluso menos. En los últimos años, las autoridades chinas han dicho que los tesoros de Dunhuang llevados al extranjero deben ser devueltos. Por ahora, las Cuevas de Mogao buscan ser no sólo una atracción turística, sino también un centro internacional de investigación, que responda al espíritu de la antigua Dunhuang, espacio inclusivo que mostraba la disposición de China por interactuar con otras culturas.

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