Huellas de la historia en la capital mexicana
Historias de amor y rabiosas luchas reviven en una serie de museos dedicados a la historia de Maximiliano Zapata y «Pancho» Villa.
El famoso sombrero "sarakof" que acompañó a Villa en casi todas sus campañas pone en cuestión el mito del macho mujeriego, sexista y violento. Emiliano Zapata con su sombrero, bigote y cartuchera al cinto, se convirtió en símbolo del revolucionario mexicano. [ Ver fotogalería ]
Por Juan Gaudenzi (dpa)
Quien siga las huellas de Francisco «Pancho» Villa y Emiliano Zapata por la Ciudad de México puede llevarse una doble sorpresa: descubrir la otra cara de la leyenda «negra» de Villa y comprender cómo pueden seguir cabalgando aun después de muertos los dos revolucionarios de 1910. Surgen historias de amor en tiempos de guerra, de tropas victoriosas que en lugar de saquear piden limosna, de reclutamiento por parte del temible Villa, el «Centauro del Norte», de 350 niños «de la calle» pero no para combatir, sino para enviarlos a estudiar.
Para descubrirlas, entre sus recorridos de turismo cultural el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) realiza uno que revela no sólo las actividades de los dos revolucionarios en la capital mexicana, sino también su personalidad e ideario.
El 6 de diciembre de 1914, al frente de sus «dorados», Villa llegó a la capital, tres años después de haber pasado una semana de «luna de miel» en esa ciudad con Luz Corral, en un hotel céntrico, el «Iturbide», actual Museo Palacio Cultural Banamex.
El famoso sombrero «sarakof» que acompañó a Villa en casi todas sus campañas pone en cuestión el mito del macho mujeriego, sexista y violento. En su interior, como se puede observar en el Museo de Historia del Castillo de Chapultepec, cosida y protegida con una tela plástica, hay una fotografía: la de Luz, «el amor de su vida», según alguna vez confesó.
Fue la única de las 12 esposas de Villa certificadas por el Registro Civil con la que se casó por la Iglesia, pese a no ser creyente y a que el cura párroco de San Andrés, Chihuahua, lo conminó a desarmarse antes de la ceremonia, celebrada el 28 de mayo de 1911. Un mes antes del retorno triunfal de Villa a la capital había hecho su ingreso su principal aliado, Emiliano Zapata, seguido por miles de campesinos e indígenas armados hasta los dientes.
Para Zapata, fue uno de sus pocos contactos con ese mundo de calles empedradas y edificios afrancesados que, a juzgar por las fotografías de la época, parecía intimidarlo. No tenían quien se les opusiera. El enemigo común, Venustiano Carranza, había huido. El pueblo los aclamó. Posaron para los fotógrafos en el Palacio Nacional: Villa sonriente, Zapata observando con recelo la cámara, como quedó asentado en una foto histórica de aquel episodio.
Desde el balcón principal del recinto los revolucionarios presenciaron uno de los desfiles militares más multitudinarios y prolongados de la historia: unos 50.000 hombres durante ocho horas. ¿Y después qué? Cada uno buscó un lugar sencillo donde alojarse. Ninguno pensó en utilizar las dependencias oficiales. Y al poco tiempo se marcharon, cada uno por su lado, para continuar la lucha.
Villa aprovechó la breve estadía para rebautizar la calle Plateros con el nombre de quien fue un admirador incondicional: Francisco I. Madero, el iniciador de la revolución mexicana. Se dice que en el restaurante-bar La Ópera, en la esquina de las calles 5 de Mayo y Filomeno Mata, un disparo que quedó marcado en el techo fue obra de Villa, pero Armando Ruiz Aguilar, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia, desmiente el episodio «marketinero».
Algunos de los zapatistas, con sus carabinas 30-30 en bandolera, tomaron café y pagaron la cuenta en un antiguo «Sanborns» ubicado donde actualmente funciona la librería «Madero», en la intersección de la calle del mismo nombre y Gante. Otros vagaban por las calles, tocando las puertas y pidiendo comida.
«Ninguno de sus jefes estaba hecho para asumir la responsabilidad presidencial ni quería perpetuarse en el poder. Zapata se levantó en armas con la consigna Tierra y Libertad, pensando especialmente en las miserables condiciones de vida de los campesinos del actual estado de Morelos«, explica Ruiz Aguilar.
«La biografía, la personalidad y la visión de Villa eran diferentes, más complejas. Había recorrido más camino, desempeñado más actividades, manteniendo relaciones con empresas extranjeras, como la Wells Fargo y la fábrica de armamento alemana Krupp«, relata. Con la primera, negoció un buen pago a cambio de no asaltarla y brindarle protección.
Esta metodología revolucionaria no convencional, sumada a tantos otros episodios conflictivos como el ataque a la localidad estadounidense de Columbus, prácticamente suprimieron a Villa de la historiográfica oficial hasta 1964. El revolucionario también quedó fuera del mural «Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central», de Diego Rivera, en el que aparecen personajes relevantes de la época.
En 1964, después de un intenso debate, el diputado Everardo Gámiz, del estado de Durango, logró que el nombre de Francisco Villa se incluyera con letras de oro en el muro de honor del Palacio Legislativo de San Lázaro, donde todavía relucen.
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